EN agosto de 1965, durante una excursión nocturna a la cima del volcán Estrómboli, el artista Giovanne Anselmo (Borgofranco d’Ivrea, 1934-Turín, 2023), presenció una salida del sol por el horizonte reveladora. Tuvo una suerte de iluminación, que marcaría su posterior devenir y que él mismo describiría más tarde con estas palabras: “Estaban el cielo, el fuego, la tierra, el agua, el aire, elementos fundamentales de la vida. Mi sombra iba hacia arriba porque el sol estaba abajo (…). Eres consciente de donde estás, te sientes presente, un detalle que completa el universo”. Se diría que el nuevo Giovanni nacía de las entrañas de la tierra.

Aquella vision alcanzó, como el rayo, a Giovanni. A partir de entonces el extraordinario dibujante decidió apartarse de las premisas vigentes. Renunció a la representación convencional que hasta entonces actuaba en el arte y emprendería una ruta distinta que le apartaría de los formalismos predominantes y que le llevaría a forjar un estilo original, de fuerte impronta personal, asociado en numerosas ocasiones con el estilo del Arte Povera. Se apoyó en las fuerzas invisibles de la naturaleza (gravitaciones, campos magnéticos y otro tipo de tensiones...) y su obra creció, hasta el punto de que bien pudiera considerársele el poeta de la energía.

La comisaria de la exposición, Gloria Moure, reconoce que el Museo Guggenheim ha tenido que reforzar algunas de las paredes para aguantar el peso de las obras propuestas por el artista y que, para evitar que el suelo cediera bajo el peso, se ha aprovechado el oportuno y providencial paso de algunas vigas. A su vez, el director del museo, Juan Ignacio Vidarte, elogió el papel referencial de Giovanni Anselmo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y la desdicha de su fallecimiento en el pasado diciembre. Era una retrospectiva “y ahora puede considerarse un homenaje”, dijo. Además de la propia Gloria, en el estrado le acompañaban el consejero de Cultura, Bingen Zupiria; la diputada foral de Cultura, Leixuri Arrizabalaga, y la alcaldesa en funciones, Amaia Arregi, quien cubre la ausencia de Juan Mari Aburto en estos días de convalecencia. El propio Vidarte le envió palabras de ánimo.

Fue una tarde en petit comitté en comparación con lo que acostumbra. Contó con la colaboración de la bodega Arínzano –Julien Schell a la cabeza y Alex Candina como guía...– y con la presencia de prestadores de la exposición como Lia Rumma, Lisa Tucci, Valenttina Pero, Jean Bernier, Macarella Beccaria y otra gente propietaria de obras de arte; la directora de Arco, Maribel López; la viuda de Jannis Kounellis, Michelle Coudray, Danila Marsure, Alberto Delclaux, Guillermo Barandiarán, Alfonso Icaza, Ana San José, Almudena Blanco, Fernández Díez, Igor Garmendia; quien fuera alcalde de Bilbao Ibon Areso, Mariano Gómez, amo y señor del slow food por estas tierras; Itxaso Elorduy, Celina Pereda, junto a su hermana Carmen Feli; el subdelegado del Gobierno, Vicente Reyes, Maite Lozano, Sylvie Lagneaux, Javier Caño, Jon Ortuzar, Rafa Bustamante y un puñado de gente más. En los corros se escuchaba que este mes el museo ha tensado sus bíceps sociales: celebrará cuatro inauguraciones en 29 días.

A la cita no faltaron Álvaro Díaz de Lezana, de quien hay que celebrar su recuperación; Mariapi Alza, Elie Goñi, acompañado por el director del hotel Delta de Tudela, Ramón García; la historiadora Begoña Cava, Alberto Ipiña, Begoña Bidaurrazaga, Alberto López Echevarrieta, Julia Marín, María Izquierdo, Enara Venturini, Caterina Gilli, Jujo Ortiz; la cónsul de Venezuela, Gelnna Cabello, Raquel González, Carlos Arias y otra mucha gente que disfrutó de la inauguración de una muestra rebozada de jamón y buen vino, que habita en la segunda planta del museo, allá donde posan los clásicos de la pinacoteca.