"Mientras pueda, no cambio esto por un piso ni loco”. La frase sale por boca de Francisco Linares y cualquiera diría que reside en una mansión. Pero no. Vive en una caravana con su perra Laika, que no para de ladrar para reclamar su atención. “Ella está todavía mejor que yo porque vino de cachorrita”, comenta.

Francisco llega en su pequeño coche sin carné, lo aparca y se introduce en su vivienda móvil para quitarse el uniforme con el que trabaja de maquinista en una empresa de excavaciones. Sale al de un rato, en camiseta y vaqueros, para explicar por qué lleva tres años residiendo en Zamudio, en vez de en Elgoibar con sus padres. “El que me está dando las alubias ahora es este pueblo y económicamente no puedo ir todos los días a casa. Me planté aquí y me sale más barato que arriesgarme a diario en la carretera”, dice con conocimiento de causa, tras sufrir “un accidente viniendo desde Elgoibar a trabajar en un invierno malo que hubo. Ya dije: La primera y la última”. Y aún no ha cambiado de opinión por más que sus compañeros de Bilbao no terminen de comprender por qué no va y vuelve cada jornada. “Esta es mi casa, quieras o no, es de ruedas, pero es mi casa”, subraya.

Antes de que lo fuera, Francisco probó otros alojamientos. “Estuve hospedado en un hotel cercano una semana y me costaba cincuenta euros al día. Dejaba medio sueldo allí”, afirma. También barajó la posibilidad del alquiler. “En el pueblo de al lado me pedían por una habitación 350 euros. Sin derecho a nada, solo dormir. Para eso preferí comprar la caravana”, señala.

Su nueva morada le costó unos 3.400 o 3.500 euros. “De un alquiler de una noche en una casa sin nada he pasado a tener ahora mi propia casa. Bueno, casa con comillas, pero tiene de todo: calefacción, baño... Hay que buscarse la vida como se pueda”, se justifica. “Lo que no se puede hacer es ganar x dinero y llegar a fin de mes y no tenerlo. Así, poco a poco, no es que esté ahorrando un montón, pero salgo de apuros”, confiesa este zaragozano de 54 años.

“Me pedían por una habitación 350 euros. Sin derecho a nada, solo dormir. Preferí comprar la caravana”

Francisco Linares - Maquinista

A Francisco la bombilla de vivir en una caravana se le encendió al verlas cuando pernoctaba en el hotel. “Empecé a hacer amigos en el barrio y, comentándolo en el bar, me decidí. Tenía mi hermana una pequeñina y primero traje esa, pero como no tenía baño ni nada, me metí en una más grande”. No le falta de nada. “Tengo una tele en la sala y otra donde tengo la cama, así que por teles que no quede. Luego hay un cuarto de baño pequeño y cuando hace bueno, levanto la tapa y ahí tengo la ducha. Tengo todos los lujos de casa, pero al aire libre”, asegura satisfecho. Y con vistas a la naturaleza. “Esto es precioso”, dice.

Las altas temperaturas las combate “con una ducha y abriendo todas las ventanas. Se está de maravilla”, da su palabra. Cuando llueve a cántaros o el frío empaña los cristales, se recluye como uno más. “Cierras, te coges unos gusanitos y a ver la tele, como si estuvieras en la sala de tu casa, pero estás aquí y encima con música tranquila porque cuando empieza a llover el sonido de las gotas te relaja un montón”.

Las reducidas dimensiones de su apartamento móvil no le impiden recibir visitas. “Invitas a los amigos justos y a los que te hacen falta”, zanja Francisco, cuyo entorno más cercano ha comprendido su decisión, por extraña que parezca. “No bromean con ello, al revés, lo respetan”, asegura.

Brilla el sol, pero tampoco es cuestión de verlo todo de color de rosa. “El inconveniente es que fuera de las áreas de caravanas no dejan aparcar en cualquier lado. Tendrías que hacer algún trato con alguien, meterla en algún sitio cerrado o de pago. Además, yo, como tengo coche sin carné, si quiero moverla siempre tengo que tirar de terceros para que me echen una mano”, comenta.

Ya lo ha superado, pero Francisco confiesa que, “recién llegado” a su nueva vida en el área de autocaravanas, pasó miedo. “Es un vehículo en el que se oye todo: entrar y salir coches y camiones, la basura... Un día que hacía mal tiempo vinieron a robar la bicicleta de un compañero y yo veía la sombra entre los cristales. Ahora tengo seguridad dentro y la perra, cuando hay gente que no conoce, ya está: Grrrr. Tengo una buena alarma”.