“Pienso seguir hasta jubilarme. Aún no tengo la edad”, asegura José Luis Pérez Landeta sentado en una de las mesas de madera tachonadas de azulejos de colores que caracteriza el primer comedor de Casa Rufo. Nació en Zamudio en 1948. Menudo y con el cabello blanco revuelto, viste una camisa azul con rayas blancas, unos tejanos oscuros y zapatillas azules. Cuelgan de su cuello un par de gafas que, puestas, no consiguen ocultar la mirada de lince. Socarrón, bromista y generoso, salpica la conversación de toda la panoplia de tacos del léxico bilbaino. “Mi padre trabajó hasta los 94 años. Hasta el día anterior a morir”, remacha.

Rufino Pérez, Rufo, vino a Bilbao en tren quizá con 11 años, desde Siero de la Reina, León. Vivían en Bilbao dos hermanas mayores. Pasó por la escuela y se colocó de mozo en una tienda. En esa, o en otra, o en una romería, hizo migas con Marcelina Landeta, que traía al mercado las verduras del caserío Sollone de Zamudio. Rufo terminó siendo todo un personaje en esa localidad y presidente del club de fútbol local. Y propietario de la Cooperativa Cívico Militar, el ultramarino del número 2 de la calle Hurtado de Amezaga. Marcelina y Rufo tuvieron dos hijas. Un chica, ya fallecida; y un varón, José Luis, que estudió en la escuela del pueblo y, después, en los maristas de la Plaza Nueva.

Pero lo del chico era el fútbol. Un lateral rápido que podía jugar en cualquiera de las dos bandas. Del juvenil del Zamudio le fichó el Athletic juvenil, con el que quedó dos años campeón. Fue cedido al Getxo y a la Gimnástica de Torrelavega. En el Athletic de aquellos años Sáez, Txutxi Aranguren y Orue cerraban el paso. Así que fichó por el Orense, donde militó seis temporadas. Y por el Levante, donde se retiró. Antes había conocido a Rosa Ortuzar, una laudioarra con amigas en Zamudio a la que unas fiestas de Pascua cambiaron la vida. También a Pérez Landeta, quien tras dejar el fútbol y hasta la fecha, ha residido en Laudio.

El mejor futbolista al que he visto ha sido Johan Cruyff. Fui compañero de él en el Levante. Y, antes, cuando el Orense, le marqué. Tras la primera entrada que le hice, me puso el dedo en la cara y me dijo: ni una más. La siguiente fue más fuerte”. Ríe al evocarlo. “Yo ya tenía claro que había que hacer algo con el ultramarino. No podía tirar vendiendo cuatro acelgas y un kilo de azúcar”. Tenía dos hijos, 31 años y la vida por delante. Entonces recordó aquel bar-colmado de Santiago de Compostela. Y le entró duro al destino. Como a Cruyff. “Con el dinero del fútbol, compre la tienda. Y le añadí el restaurante”. Acertó. El local ya se encontraba en el número 5 de Hurtado de Amezaga tras el derribo de su emplazamiento original.

La semana pasada le concedieron el premio Paraje Bilbaino los de la comparsa Moskotarrak. Le bailaron el aurresku. Y se emocionó. Pero al mediodía habían dado de comer a un grupo de 50 extranjeros. Y un par de días antes al seleccionador, Luis de la Fuente, con Vicente del Bosque. “Nos ha ido bien. Viene mucha gente de Madrid, de Barcelona y de todas partes. Creo que el secreto del éxito es mantener la continuidad y el ambiente del ultramarino y trabajar una carta corta con buen género”, revela. La de ahora contempla productos como el bacalao asado, las kokotxas al pil-pil, las croquetas, el rabo estofado o el foie y los hongos, al principio, y durante años, fue más restringida aún: chuleta de vacuno y solomillo. Punto.

Sostiene que, a pesar de la evolución de la ciudad, su público no ha cambiado tanto. La calle Hurtado de Amezaga, en cambio, sí. Las jornadas de José Luis en el negocio son largas. De nueve de la mañana hasta la madrugada. Aunque hace un tiempo que regresa a Laudio “a eso de las siete de la tarde si veo que no hay mucho lío”. Aunque sean muchas horas, está “a gusto, me divierto y noto que la gente nos trata bien, no tenemos pegas con nadie; y me dan cariño, que es lo que vale”, reflexiona.

El apunte

Compostela, Cruyff... Bilbao le debe al fútbol uno de sus restaurantes más singulares. Siendo un rápido lateral del Orense, José Luis Pérez Landeta vio en Santiago de Compostela un restaurante-colmado. Se quedó con aquella idea. Cuando colgó las botas, allá por 1979, después de haber sido compañero y rival de Johan Cruyff –en el Levante y en el equipo gallego, respectivamente–, decidió aplicar la misma fórmula en el ultramarino de su padre, Rufo, en la calle Hurtado de Amezaga. Funcionó.