Finales de los años 80 y principios de los 90 del siglo pasado, los Detroit Pistons portaron con orgullo la etiqueta de Bad Boys de la NBA, de chicos malos. Pendencieros, duros hasta el límite del reglamento y más allá, desafiantes, llegaron a hacer la vida imposible a Michael Jordan a base de mamporros. Pero también tenían suficiente talento para lograr dos títulos en 1989 y 1990, al que añadieron un tercero en 2004. Solo cinco franquicias tienen más anillos que la que ayer entró en la historia en su versión más lamentable. Ahora los Pistons son de nuevo Bad Boys, pero en la otra acepción de la palabra. Son malos, un muy mal equipo, el peor que ha conocido la liga ya que tras caer ante los New Jersey Nets acumularon su vigésimo séptima derrota consecutiva.

Nadie había perdido tanto antes en una misma temporada y los Pistons superaron a los Cleveland Cavaliers de 2010-11 y a los Philadelphia Sixers de 2013-14. Y lo peor es que pueden alcanzar aún el récord de 29 derrotas seguidas que tienen también los Sixers entre el final de la campaña 14-15 y el comienzo de la 15-16. El equipo de Michigan no ha ganado en noviembre y diciembre y camina hacia batir también el peor balance de triunfos en un curso que está en un 10,6%. Ya se sabe que en la NBA la derrota es asumible, pero hasta cierto punto. “Nadie quiere ser asociado a algo así”, admite Monty Williams, el técnico que dirige a estos Pistons con el mejor contrato para alguien de su gremio (78,5 millones por seis años) y que poco está aportando para cambiar la dinámica de una franquicia que se está convirtiendo en una trituradora de jugadores.

Entre elecciones propias y ajenas, Detroit acumula dos números 1 del draft y otros siete selecciones en puestos de lotería (el top 14 de cada año), pero eso no parece que sea sinónimo de que haya demasiado talento o que Williams no lo está sabiendo explotar. “No somos tan malos. Estoy harto, podemos jugar mucho mejor”, afirmó tras una de esas derrotas Cade Cunningham, el número 1 de 2021 que está dilapidando su calidad en un escenario que ya da por perdida esta temporada, otra más. Y si el mejor de todos se cansa, el futuro puede ser aún menos halagüeño.

También está cansada la afición que pide al dueño que venda el equipo, o al menos ponga remedio para recuperar ese espíritu de brega y de resistencia que caracteriza a la gente de ese estado, orgullosa en su día de los Thomas, Laimbeer, Rodman o Mahorn. Aquellos Bad Boys no se reconocen en estos Bad Boys de ahora, estos Disaster Boys que no dejan de perder.