Era una de esas tardes de alto voltaje que se viven de vez en cuando y fue uno de esos días en los que sobre San Mamés aparecen tatuados un par de tibias y una calavera. Fue un partido de cuchillo entre los dientes, noventa minutos donde ardía la tierra, donde todo quemaba. Y ahí, en esa atmósfera donde casi todo olía a azufre, el Athletic se puso en pie y cogió esa ola que te lleva hacia quien sabe dónde. A la salida de San Mamés podían verse un puñado de sonrisas Jokers, casi malévolas. Hay gente, como se oían en algún corrillo, que sueña con un sueño: ganar la liga. Lo llamativo no es que uno se deje llevar por esta locura que hoy es el Athletic. Lo que sorprende es que se hable de ello sin complejos. Como juega el Athletic.

Constatado ya que el Athletic viaja en cada partido en primera clase –aunque ayer, con menos comodidades, es cierto...– y que los derbis se han convertido en Congresos Internacionales de la Concordia. Las aficiones se cruzaron por la calle y sobre el césped, no hubo amigos pese a que a la hora del final todo fueron abrazos. Tantos que Unai Simón, que lleva camino de santificarse, le pidió la camiseta a Unai Marredo. El maestro halagándole al aprendiz.

Un par de horas antes había saltado al césped el Athletic con su capitán de ayer, Lekue, armado con una camiseta emotiva. “Martón zurekin gaude”, podía leerse en su lomo. El delantero se había lesionado poco antes con Mirandés. Fractura de peroné, decía el parte el médico. Son hijos de la estirpe de los mosqueteros; todos para uno, uno para todos. Se nota cuando el Athletic juega como ayer, como si fuese una familia. Les crece la fe, la capacidad de arriesgar en el último metro, la idea de que todos a una hacen más daño. Y a ello hay que añadirle otra circunstancia: el pueblo se arroja sobre el equipo, le lleva en volandas.

Segunda mejor entrada

¿Quieren alguna prueba más? Los números lo certifican. San Mamés se quedó a un paso –a 69 espectadores, tan solo...– de vivir el día más ocupado de su vida en un partido de fútbol: los 51.475 espectadores de ayer se aproximan a los 51.544 que acudieron a vivir las semifinales de Copa del año pasado, frente a Osasuna. Muchos serán los mismos, digo yo. Apenas quedan dos o tres días par otra cita copera. Este martes habrá otra eliminatoria de Copa contra un equipo vasco, el Alavés. ¿Hablamos del récord? No. El mundo del rugby ejerció de apasionado okupa en mayo de 2018, cuando 52.282 rugbiers se acercaron a la final de la Champions Cup entre Leinster Rugby y el Racing 92 francés. Si se considera que este mismo año Anoeta registró un nuevo récord de asistencia en la primera vuelta, 38.342 para ver aquel día el Real Sociedad-Athletic de la ida. ¿Conclusión? Que este partido se ha convertido en el santo y seña de la afición vasca, quizás porque en la presente temporada se miran a la cara sin complejos. Un meme de un león mordiendo la yugular de un cebra circula hoy como chanza. Pero la calle va más allá. Habla de títulos.