Es imposible analizar la actual situación del Athletic poniendo el foco exclusivamente en el desarrollo del partido con el Elche. Esta parte de la historia la vio todo el mundo: un equipo volcado y radicalmente enemistado con el acierto y la fortuna, impotente para aprovechar el que razonablemente constituía su último cartucho en la liga. En fin, nada nuevo bajo el sol, por lo que merece la pena fijarse en otros aspectos accesorios, que se produjeron sobre el césped o en la sala de prensa de San Mamés con el eco del enojo de la hinchada resonando aún en los oídos.

Empezando por las manifestaciones de Ernesto Valverde, se confirma algo que ya se sabía, pero que inquieta y mucho en la presente coyuntura. Claro que el fútbol puede estirarse como un chicle, a conveniencia, darle la forma que interesa en cada momento, pero todo tiene un límite. Cuando el horno no está para bollos, lo procedente es abonarse a la prudencia y la humildad. Hacer autocrítica, que suele decirse. Admitir errores y apechugar con la responsabilidad.

Escuchar esto de boca del entrenador es justo lo opuesto: “Me encantaría estar todos los años en la jornada 37 jugándose la Europa League”. Al margen del pequeño desliz que supone mencionar un torneo fuera del alcance del Athletic, la afirmación no solo niega la realidad, los hechos objetivos que han dado forma a la temporada del equipo, además esconde una dosis de autocomplacencia absolutamente fuera de lugar.

Si de verdad Valverde se cree su reflexión, el problema es más grave de lo que pudiera pensarse. Esas palabras ayudan a comprender lo que pasa, lo que lleva pasando desde que el proyecto se puso en marcha. Revelan una falta de perspectiva que no cabía ni sospechar, pese a los múltiples indicios que han ido quedando por el camino. Serían la prueba palpable de la gravedad del problema que acucia al Athletic.

Reivindicarse aludiendo a que todavía existe alguna probabilidad matemática de meterse en Europa tendría un pase de no ser porque el equipo acumula meses transmitiendo síntomas negativos. Agarrarse a un clavo ardiendo, la victoria en el Bernabéu, habiendo sumado cuatro de los últimos 21 puntos es una broma de muy dudoso gusto. Por no mentar que en las últimas 33 jornadas, ha conseguido 26, referencia infalible del paulatino desmoronamiento registrado a la vuelta del Mundial.

El único motivo que soportaría el mensaje de Valverde se encuentra en lo asequible que han estado las plazas continentales. Si así no fuera, cómo entender el hecho de que se halle en la pomada con 50 tristes puntos en el casillero. O que a estas alturas se codee con Osasuna, Girona, Rayo y un Sevilla desahuciado en marzo, salvo este conjuntos de segunda fila muy alejados en potencial de las plantillas mejor dotadas de la categoría.

Que el Athletic haya podido alimentar la expectativa de cumplir el objetivo con sus números (quince derrotas, siete de ellas en San Mamés, donde también ha empatado cinco veces y se ha retirado en diez ocasiones sin marcar), no deja de ser algo extraordinario. Una oportunidad que ni pintada. Pero de ello se han valido Ibaigane y el míster para mantener encendida la ilusión del entorno, para que se le fuesen perdonando semana tras semana sus pecados, unas deficiencias evidentes, palmarias, que no se ha sabido corregir y se han acentuado. Al menos no quien mueve los hilos, que ahora encima se jacta de que tiene al equipo colocado.

La benevolencia del aficionado, aunque estallase el domingo, es infinita. Esta impresión podría hacerse extensiva a la prensa en general, que ha dejado que Valverde ejerciera su rol sin verse importunado en las casi cien comparecencias realizadas. No extraña pues que de repente se sienta legitimado para arrancarse con lo de que le “encantaría estar todos los años…”.

Coincidiendo con el declinar del equipo, desde Ibaigane se ha promovido una interminable serie de montajes en el campo, maniobras de distracción tendentes a promover un clima exacerbado de optimismo. Una estrategia que ha chirriado si se repara en lo nuclear, que siempre debe ser el partido, los partidos, que a menudo han tenido el denominador común de la decepción. Este artificioso afán por elevar la graduación ambiental culminó con el lamentable homenaje a Balenziaga, primo hermano del anuncio de la renovación de Sancet y, en sí mismo, un agravio en toda regla hacia otros miembros de la plantilla que no estarán la próxima temporada. Lo anterior se completa con la utilización de noticias que se cuelan coincidiendo con fases críticas o reveses concretos: la renovación De Marcos, el nombramiento de Gurpegi, en su día la continuidad de Valverde, etc.

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En imágenes: Balenziaga se despide de San Mamés Pablo Viñas