A comienzos de los 90, la electrónica hizo estallar los cimientos de lo que hasta entonces era conocido como ocio en Euskadi. La música fue traspasando fronteras hasta llegar a la moda, a la forma de relacionarse y, por supuesto, al espacio. Por todo el territorio proliferaron discotecas convertidas en templos del baile que crearon su particular ruta del bakalao, y cada fin de semana, centenares de peregrinos fletaban autobuses desde Bilbao, Burgos y Santander para llegar a salas ya legendarias como Txitxarro, Jazz Berri, Venecia e Itzela. La gran mayoría de ellas, no obstante, apenas sobrevivieron al salto de siglo y, hoy en día, se encuentran, en el mejor de los casos, cerradas y abandonas, y en el peor, derribadas.

Dos décadas antes de que Chimo Bayo gritase “¡Ju-já!”, las bases de lo que serían las discotecas del futuro llegaban a Gipuzkoa con la donostiarra Ku, a las faldas del monte Igeldo. “Fue la pionera y detrás de ella fueron surgiendo muchas más por todo el territorio. Eran salas de verbena por las que pasaron nombres como Egan y Pantxoa eta Peio que se situaban en zonas rurales en las que se podían juntar los habitantes de los baserris y de los barrios de alrededor”, cuenta el arquitecto Iñigo Berastegui, que, junto a su compañera Ane Arce, ambos de BeAr Arquitects, ha analizado varios de los que fueron los templos de la electrónica en Gipuzkoa: la mencionada Ku (Donostia), Txitxarro (Deba), Jazz Berri (Arrona), Venecia (Mutriku), Young Play (Hernani), Itzela (Oiartzun), Guass (Elgoibar) y The Sound (Irura).

La Bienal de Arquitectura Mugak seleccionó el proyecto y lo ha incorporado a su edición de este año con tres ponencias y con rutas guiadas en autobús por algunas de estas discotecas que se mantienen en pie. La mayoría de ellas alcanzaron su cenit entre finales de los 90 y los primeros 2000 gracias a una segunda conversión tras previamente haberse transformado en salas de baile con orquesta. De hecho, antes de que la música electrónica llegara, en Venecia actuaron Julio Iglesias y Camilo Sesto, mientras que en el Txitxarro lo hicieron grupos por entonces desconocidos como Green Day, Sonic Youth y Extremoduro.

La llegada de la electrónica en los 90 lo cambió todo y, aunque su entrada fue escalonada –al comienzo era habitual intercalarla con la música disco–, con el paso de los años se hizo con el control absoluto. En el caso de Gipuzkoa, lo hizo, además, con un estilo muy concreto, el bumping, caracterizado por un contrabajo agudo y repetitivo, que, con excepciones, predominó la escena.

Txitxarro, el gran templo

Una de estas excepciones fue el Txitxarro, activo desde 1976 hasta 2015 en el alto de Itziar y templo del género trance. Desde hace ocho años la música ha dejado de sonar en sus cuatro plantas y en su terraza, pero sus instalaciones se mantienen intactas. De hecho, las botellas de esa última noche permanecen todavía erguidas en las barras y en las pistas de baile es posible dar con alguna entrada perdida.

Cada fin de semana se fletaban autobuses desde Santander, Burgos y Bilbao para ir a ella. El aforo de la pista central era de más de mil personas, pero se podían juntar un sábado entre 5.000 y 6.000”, explica Berasategui. Todos no entraban en la discoteca, pero es que no todos buscaban entrar en ella. Su amplio aparcamiento era cada noche punto de encuentro para los amantes de la música electrónica. En él también se organizaban fiestas en las que se podía encontrar de todo: desde vaquillas o una piscina hasta un circuito de karts o una pista de hielo con riders de snowboard.

La discoteca Txitxarro, en Deba, cerró en 2015. Pedro Martinez

En la planta de arriba del edificio, reconstruido tras el atentado que sufrió en el 2000 por parte de ETA, había una tirolina por la que se deslizaba la gente hasta el otro lado de la carretera, mientras que en el subsuelo, en las profundidades, se hallaba la sala Skamner, la más pequeña del complejo y especializada en “música más cañera” con dos torres para las gogós. En total, entre las dos pistas, el aforo alcanzaba las 2.500 personas que disfrutaban de la fiesta más allá de la noche. “El Skamner, que en su origen fue el primer after de Euskadi, abría cuando el Txitxarro cerraba, por lo que la música continuaba”, relata Berasategui.

En 2015 el Txitxarro cerró sus puertas definitivamente y, desde entonces, ha permanecido clausurado a los visitantes. “A partir de los 2000 la escena fue decayendo y se trató de mantener incorporando otras fiestas que pudieran atraer a públicos que, de primeras, nunca irían a una discoteca. Así pudo aguantar unos años más, pero finalmente, al igual que ocurrió con el Itzela –compartían propietarios– se cerró”, apunta el autor del estudio.

Jazz Berri, del esplendor al ocaso

Una década antes, en 2005, cerraba sus puertas el Jazz Berri, en Arrona, Zestoa. A diferencia del Txitxarro y de la mayoría de discotecas de la época, esta se construyó como tal tras el incendio de los años 80 de un bar que comenzaba a actuar como local de baile. 

Con dos salas, la pista central y una más pequeña conocida como Station, Jazz Berri fue la meca del bumping en Euskadi. “Tuvo dos periodos, uno primero con los DJ Julen e Idoia, y un segundo con Rober sin T e Ivanjazz como residentes. En él se congregaban 800 personas, muchas de las cuales llegaban desde el apeadero de Euskotren situado a pocos metros”, explica Berasategui.  

La discoteca Jazz Berri, en Arrona, cerró sus puertas en 2005. Pedro Martinez

Tanto el exterior como el interior de la discoteca fueron diseñados con elementos modernos y colores llamativos bajo la percepción de que “una música vanguardista como la electrónica debía tener un lugar de vanguardia”. Así, la infraestructura se cargó de decoración, con pilares forrados con espejos y techos repletos de juegos de luces que permitían a cada DJ cambiar la decoración a su gusto.

Prácticamente toda esta ornamentación ha desaparecido y se encuentra en ruinas. Hasta hace unos años todavía era posible vislumbrar el estado original de la discoteca, pero tras hacerse viral en las redes sociales un vídeo de su interior numerosos nostálgicos han accedido al edificio para hacerse con un recuerdo de la que fuera su vieja pista de baile. En la actualidad, únicamente es posible percibir las dos estancias, la cabina del DJ y las que fueran las barras para consumir.

Venecia, la resistencia

La única discoteca de este periodo que continúa en funcionamiento se encuentra encima de la playa de Saturraran, en una de las carreteras que unen Mutriku y Ondarroa. Se trata de Venecia, un edificio que parte del modelo francés y cuya fachada ha ido perdiendo el brío de épocas mejores. “Antes era más colorido y los propios DJs se hacían sus flyers con las capacidades técnicas que cada uno tenía”, cuenta el arquitecto sobre una sala que fue inaugurada en 1972.

La única que permanece abierta es Venecia, entre Mutriku y Ondarroa. Pedro Martinez

Tras albergar numerosos conciertos durante años –además de Julio Iglesias y Camilo Sesto actuaron Juan Pardo y Los Bravos, entre otros–, fue reconvertida en una sede más del sonido mákina en Gipuzkoa, con un amplio párking en la parte inferior y con una terraza en la azotea. “Al estar situada entre dos pueblos, se ha convertido en punto de encuentro para mucha gente. Con los años ha ido perdiendo su importancia, pero es de las pocas que pueden decir que actualmente siguen en funcionamiento”, recuerda Berasategui. 

Aunque el bumping y el techno siguen marcando la programación de la sala, con los años el espacio se ha ido abriendo a otros géneros y es posible dar con sesiones de, por ejemplo, reguetón. Asimismo, es posible alquilarla para eventos privados y para grabaciones que quieran recrear una época de discotecas que, salvo sorpresa, parece condenada a la extinción.