Hace ocho años, en plena eclosión de una marca que logró hasta imponerse en suelo vasco en las generales con claridad, Podemos se alzó en las autonómicas hasta los 11 escaños, con 157.334 votos y 11 asientos en el Parlamento, superando al PSE (126.420 sufragios y 9 escaños) y erigiéndose en líder de la izquierda no soberanista en Euskadi encabezada la lista por Pili Zabala, hermana de una víctima de los GAL. El precipitado descenso que los morados fueron acusando a nivel estatal se dejó notar ya en 2020, en los comicios de la pandemia, cuando se dejó casi la mitad de representación (obtuvo 6 actas y 72.133 papeletas), abanderada la plancha por Miren Gorrotxategi, que respaldada por Pablo Iglesias, venció en las primarias a la candidata del sector oficialista, Rosa Martínez. El escenario hoy es mucho más depresivo para este espacio, toda vez que se ha visto devorado por las luchas intestinas que el partido ha sufrido con la escisión de Sumar, y que podría derivar en que, como recientemente sucedió en Galicia, ambas siglas se quedaran sin representación si bien las encuestas les otorgan a una y otra algún diputado en juego.

Tras el proceso vivido hace un par de meses, en que fueron incapaces de hilvanar una coalición echándose los trastos a la cabeza –Gorrotxategi sostiene que ella estuvo incluso dispuesta a renunciar a liderar la lista con tal de que hubiera podido repetirse la fórmula que compartieron en las últimas elecciones a la Cortes españolas el pasado julio–; la duda reside en si los apoyos a Elkarrekin Podemos y a la filial de Yolanda Díaz serán votos que acaben en la papelera de la historia, en si finalmente alguno de ellos pueda salvar los muebles o en si todo ese caudal irá a parar al zurrón, principalmente, de EH Bildu al identificar la ciudadanía las políticas sociales de sendas marcas estatales más con la coalición soberanista que con la de un PSE que, a priori, parece incapaz de recuperar ese electorado que se le escurrió de las manos durante la última década.

Sumar concurre prácticamente sin implantar su estructura, aunque cuenten en su equipo con Ezker Anitza (la federación vasca de IU), más por presiones desde Madrid que por otra cosa; mientras que Podemos puede hacer gala de un cierto recorrido en la Cámara Vasca, con la aprobación, discusión y portazo a leyes significativas, y con figuras con nombre como el sector de Alianza Verde que se visualiza en Juantxo López de Uralde. Sumar Mugimendua optó por lanzar a una candidata desconocida para la opinión pública pero con cierta experiencia en el activismo, joven y con conocimientos acerca del funcionamiento de las instituciones vascas, Alba García, propuesta en mitad de unas negociaciones con los morados que no fructificaron. Curiosamente, trabajó en los últimos años como coordinadora de acción institucional, de campañas electorales y de programa electoral en Elkarrekin Podemos, un puesto técnico dentro de esta formación con la que concurrió en varias citas con las urnas en puestos simbólicos. Paralelamente, la buena imagen de su candidata Gorrotxategi es un factor que desde Podemos entienden que les refuerza en esta convocatoria, seguros de que no les puede suceder lo mismo que en Galicia, donde recibieron menos votos que Pacma.

A nadie se le escapa que la proyección de este enfrentamiento dentro de un mismo espacio donde quien tiene la hegemonía es la izquierda independentista no les beneficia en absoluto. A su vez, desde Ferraz también se teme que esta fragmentación a su lado más extremo acabe disparando a Bildu con el trasvase de voto, como aconteció en Galicia con el BNG. El PSE de Eneko Andueza se resiste en calcar una hipotética coalición como la que desarrollan los socialistas en el Parlamento de Nafarroa y en Iruñea, y todo apuntaría a que mantendrá su apoyo al PNV, como lo hace en todas las instituciones de la CAV, pero el principal temor es que los números no les den para repetir la suma de la mayoría absoluta y terminen necesitando de algún voto prestado del PP. Andueza se presenta con un perfil que busca transversalidad al combinar los valores progresistas y acuerdos con el nacionalismo, pero desde una perspectiva menos conflictiva. Mano tendida, dicen en el PSE, pero también “ambición transformadora”. Con el eslogan de ser “el que decide”, se lanza a por el voto de la izquierda que, según él, “no aporta nada desde la oposición”. Aunque lo verdaderamente seguro es que el secretario general del PSE es quien tiene más asegurado el cargo –de vicelehendakari– una vez se recuenten las papeletas. Porque la principal capacidad de decisión que ostenta es escoger al compañero que le lleve de viaje gubernamental.

Ante una posible desbandada dentro de la órbita izquierdista estatal, Bildu quiere hacer bueno el dicho de que “a río revuelto, ganancia de pescadores”, con el marchamo de poder ser quien desbanque a los jeltzales del poder, aunque también a estos se ha ofrecido la coalición soberanista para formar ejecutivo bajo el liderazgo de quien sume más votos, toda vez que la alianza de las izquierdas, un vuelco de tal calibre, se intuye imposible. Al menos, a días de acudir al colegio electoral y pendientes siempre de un giro de guión, un plow twist de manual que no resultaría extraño en el libro rojo de Pedro Sánchez. La redefinición del espectro de la izquierdas es una de las grandes incógnitas el 21-A.