Las olas rugen y chocan con estrépito contra el acantilado sobre el que se yergue la ermita de Santa Catalina, en Mundaka. Un levísimo sirimiri impregna el edificio de una película viscosa, húmeda. Moja, poco a poco, el calzado de ante de Iñigo Aranburu, que se pone en la piel de Blas en Nina, el filme con el que la directora navarra Andrea Jaurrieta (Iruñea, 1986) regresa este viernes a la gran pantalla.

Aranburu conoce bien el enclave. También el municipio costero. Es aquí –y en Bermeo y en otros pueblos de la comarca– donde se rodó la cinta, que narra el regreso de una actriz en horas bajas, Nina (Patricia López Arnaiz), a su pueblo natal, Arteire. Lo dejó siendo una adolescente, rota por el dolor y la violencia sexual. Regresa a sus calles como una mujer que aún se lame las heridas que Pedro (Darío Grandinetti), un renombrado dramaturgo al que el pueblo rinde homenaje, abrió en su carne. Y está dispuesta a vengarse de él. Y del silencio, que pesa como una losa, y de todos los que callan. Ahora, ¿cómo? Quizá, ¿matando a Darío? 

“No hagas muchos spoilers”, ruega Jaurrieta al bajarse de un pequeño promontorio desde el que se divisa buena parte del litoral vizcaino. Después, pone rumbo a las serpenteantes callejuelas de Mundaka acompañada del actor para mostrar a DEIA algunas de las localizaciones del filme, que se alzó con el premio especial del jurado de la crítica en la última edición del Festival de Málaga.

Mundaka, un plató a medida para 'Nina'

La directora cuenta que en el año 2021 hizo, junto al director de fotografía, un pequeño tour por la costa vasca para encontrar las localizaciones donde grabar Nina. “Cuando llegamos a Mundaka y a la zona del Urdaibai tuvimos clarísimo que tenían un aspecto visual que nos ayudaba muchísimo a contar la película”, señala.

Precisa que Nina tiene tintes del género western, razón por la que el paisaje es importante para contar la psicología y el estado anímico de los personajes. “En ese sentido, las calles laberínticas del pueblo eran perfectas”, afirma Jaurrieta. Esos tintes de western que empapan la estética de la cinta están invertidos. 

Así, el John Wayne de la historia es Nina. Entonces, el villano es Pedro y el poblado del lejano oeste Urdaibai. “Hay unos arquetipos claros a los que he dado la vuelta. He cogido la clave del género cinematográfico y he hecho una relectura feminista”, confirma Jaurrieta.

Siguiendo con el símil, el personaje de Blas es el fiel compadre del sheriff justiciero, quien sostiene al héroe en sus momentos de tribulación. “Creo que Blas nos cuenta que no todos los hombres son como Pedro, que no todos son malos”, sostiene Jaurrieta. El intérprete, por su parte, sostiene que su personaje cristaliza el concepto de las nuevas masculinidades.

Hay una escena que, a su juicio, ejemplifica bien cómo Blas es un hombre que ha deconstruido los roles asociados a la masculinidad heteronormativa y patriarcal. Un instante en el que el amigo del alma de Nina auxilia a su hijo, quien, borracho, se ha enzarzado en una pelea. “Para mí es una persona muy buena, habla de otras maneras de ser hombre”, sintetiza Aranburu. 

Relaciones de poder

La lluvia amaina y el sol intenta abrirse paso entre unas nubes que no parecen querer cederle espacio. La comitiva se detiene en el puerto, en una pequeña rampa por la que se botan las txalupas y otras embarcaciones de recreo. Es en este punto donde confluyen varias de las callejuelas en las que tiene lugar una persecución, la escena por antonomasia del cine del oeste.

Sin embargo, aquí el espectador no encontrará tiros ni corceles, sólo hay rabia. “La película juega con dos tiempos narrativos. En la persecución esto me sirve para cambiar las tornas. En el pasado es Pedro quien persigue a Nina; ahora es ella quien rastrea a Pedro y la víctima se convierte en verdugo”, explica Jaurrieta mientras recorre unos estrechos callejones flanqueados por fachadas blanquísimas. 

"La estructura de poder que existe en la sociedad también ha sido cómplice. Cuanto más poder tienes, más difícil es que te acusen de las cosas"

Andrea Jaurrieta - Directora de 'Nina'

La cineasta cuenta que el problemático vínculo entre víctima y verdugo sirve para poner sobre la mesa el tema de las relaciones de poder y explicar el maltrato, la violencia sexual. En ese sentido, Nina lastra con el peso de haberse visto inmersa en una relación con un hombre mucho mayor que ella, con un poder –que se mide en términos económicos, pero también es simbólico– mucho mayor que el suyo.

Pedro se aprovecha de su ventaja vital para engatusar a una adolescente. Una chiquilla aspirante a actriz que se admira de la cultura y los contactos que él ha ido tejiendo en el mundo de la dramaturgia. Se lo promete todo: una carrera, éxito, películas, obras de teatro. Y la rompe. El pueblo lo sabe. Y lo absuelve, porque él es poderoso. “La estructura de poder que existe en la sociedad también ha sido cómplice”, se rabia Jaurrieta. “Cuanto más poder tienes, más difícil es que te acusen de las cosas”, reconoce.

El poder también es uno de los hilos conductores de La Paloma, la obra de teatro firmada por Chejov que Jaurrieta revisa en este film. “Realmente, en esta pieza el personaje enamora a la actriz, la engatusa y se la lleva a la ciudad, donde le trata como el culo. Yo pienso que en el siglo XXI esto no pasa, ella vuelve a vengarse”, explica mientras camina por una calle flanqueada por sendos caserones (construidos por los indianos que volvieron de las Américas en el siglo XIX) que da acceso a la playa de Laidatxu.

Desde el paseo aledaño al arenal se divisa la imponente mansión del malo de la historia. Jaurrieta confiesa que, si fuese su propietaria, se pasaría el día en el salón, mirando al mar y escribiendo historias. ¿Puede que ya esté proyectando la próxima?