ACIDO, según rezan algunos testimonios, en Valladolid, hay otras voces que le sitúan como hijo de unos cesteros de la bilbaina calle de la Ribera. Las primeras aseguran que se trasladó muy joven a Bilbao, que estudió en la Escuela de Artes y Oficios del barrio de Atxuri y en el taller de Antonio Lecuona hasta que, en 1881 viajó a Madrid para trabajar en el taller del escultor Justo de Gandarias en la Ronda de Atocha.

Marchó a París en 1884 de donde no regresará jamás, salvo en ocasionales visitas. Su atelier funcionó como un consulado de Bilbao en París para todas las generaciones de artistas subsiguientes. Durrio se convierte, pronto, en un hombre de peso que no olvida sus orígenes, en el artista que pasa el fuego creativo de Paul Gauguin (que le nombra albacea en 1895) al joven Pablo Picasso, a quien apoya cuando es un recién llegado a París, en 1901, porque le reconoce como el nuevo genio; algo que también hacen Francisco Iturrino y Darío de Regoyos.

Aunque poco conocido por el gran público, Francisco Durrio (Valladolid, 1868?-París, 1940) es un personaje clave dentro del arte de la primera mitad del siglo XX, tanto por la originalidad de su obra (escultura, orfebrería y cerámica) como por el papel difusor de las novedades artísticas del París fin de siglo que ejerció entre la abundante colonia que formaban, principalmente, los pintores vascos, como les dije (Ignacio Zuloaga, Francisco Iturrino, Juan de Echevarría?) y catalanes (Ramón Casas, Hermen Anglada-Camarasa, Manolo Hugué?).

Es sabido que vivió entre 1901 y 1904 en el célebre Bateau-Lavoir de Montmartre, edificio en el que se reunieron y trabajaron los más importantes artistas europeos del momento. Pero su estancia en la capital francesa se prolongó más de medio siglo y en ese tiempo conoció a muchos de los protagonistas de la, por entonces, vanguardia artística. Trabajó la cerámica junto a Pablo Picasso, mantuvo una estrecha amistad con Paul Gauguin y sirvió como enlace transmisor de los logros estéticos entre éste y otros artistas, entre ellos, el propio Picasso.

A pesar de estar ya instalado en París en 1889 de forma permanente, conservó siempre un fuerte vínculo con Bilbao, su ciudad de adopción y en donde mostró su obra en numerosas exposiciones. Desarrolló, además, una prolongada labor como marchante de arte ?especialmente, para su mecenas Horacio Echevarrieta? para contribuir a sus escasos recursos económicos y reunió una importante colección personal de obras de Gauguin y otros autores que, a lo largo de los años, se vio obligado a ir vendiendo para poder sobrevivir.

Es en el apartamento del Bateau-Lavoir en 1904, donde Picasso, con su ayuda, realiza sus primeras esculturas en barro y en bronce. Durrio le enseña el modelado con arcilla y el uso del fuego y su acción sobre los pigmentos. Fernande Olivier, entonces compañera de Picasso, en su libro Picasso et ses amis, cuenta cómo en esa época Durrio les alimentaba secretamente. Al parecer una discusión con el genio malagueño sobre el cubismo les separó para siempre.

No se despegó, como les dije, de Bilbao. Su monumento al músico bilbaino Juan Crisóstomo de Arriaga (1806-1826) es una de las mejores esculturas públicas realizadas en el siglo XX en España. La obra no es un retrato del músico, sino un monumento que atiende a un simbolismo para recordar al músico: una figura de mujer en bronce eleva su canto y llora por la muerte prematura del músico; sus lágrimas fluyen hacia el estanque; la imagen da la vida. Durrio reinventa el sentido del monumento sustituyendo a Arriaga por la figura de una musa en un conjunto de pedestal y agua, con referencias, en la línea de Gauguin, a otras culturas y a sus símbolos.

Personaje clave en la primera mitad del siglo XX, tanto por la originalidad de su obra como por el París fin de siglo que difundió

Gran amigo de Gauguin y de Picasso hasta que una discusión con el malagueño sobre cubismo les separara para siempre