LA Posada del Sol Dorado es el establecimiento hotelero de mayor antigüedad del que se tienen noticias en la Villa, después de una posada “frente al convento de la Concepción” que abrió sus puertas en los primeros años del siglo XVI y de la que no queda más noticia. La evolución de la hoSteleria es enorme desde entonces, todo salto al vacío mayúsculo. Hablemos hoy de uno de los grandes, el legendario hotel Ercilla de Bilbao, cuyo nombre se hace renombre en los campos del toro bravo y en los camerinos de los grandes teatros. Más adelante veremos por qué.

Allá donde se pone en pie, como un mástil del barrio de Indautxu, el hotel Ercilla estuvo el almacén de maderas de Astorqui y bien cerca también estuvo, durante muchos años, la primera fábrica de lejía El Conejo. Nada hacía pensar que en aquel rincón de la villa se iban a escribir algunos de los episodios sociales más singulares de Bilbao. Ni siquiera aquel 23 de octubre de 1972 -apenas un mes antes, cuando en noviembre de 1972, el Casco Viejo de Bilbao fue declarado Conjunto Histórico Artístico...- el día que se inauguró el hotel Ercilla. Apenas un año después, Agustín Martínez Bueno se hizo cargo de la dirección, tras casarse con Marian Anasagasti, hija del propietario. Entonces era solo un joven periodista pegado a la noticia.

Agustín Martínez Bueno es el quinto de una familia de seis hijos de agricultores humildes de Zamora. La necesidad le obligó a abandonar el hogar con apenas 15 años. Llegó “a trabajar de lo que fuese” a Bilbao, donde vivía una hermana. Pronto, aquel adolescente inexperto comenzó un camino en el que la suerte y el esfuerzo le llevaron a tocar el éxito. Estudiante tardío, se adentró en el mundo del periodismo desde abajo, hasta que la osadía y el momento oportuno le transformaron en un redactor que se “apuntaba a todo”.

Desde el primer compás al frente del hotel desechó la idea de regentar un establecimiento que sólo ofreciera un lugar para pernoctar. Y apostó por incrementar la oferta. Buscó los mejores cocineros y nació el restaurante Bermeo. Esa fue una de las claves. Otras, fueron la celebración de ruedas de prensa, ¡voilá! la recuperación de la Aste Nagusia de Bilbao. Actores, toreros, políticos, gente en busca de fama por unas horas, todos visitaban el hotel. Era el lugar idóneo para ver y dejarse ver; para tomar el pulso de la ciudad y observar, a su vez, la vida en papel couché, el espectáculo, la farándula y los toros. No por nada, los premios Ercilla de Toros y Teatro se han labrado una leyenda.

Hubo un par de días negros en su historia entre tantos luminosos: aquel 19 de febrero de 1985, cuando un Boeing 727, Alhambra de Granada, se estrelló contra una antena de ETB instalada en el monte Oiz y el hotel albergó a los familiares de las víctimas, siendo observador mudo de un mar de lágrimas y manta de abrigo para cientos de personas. El segundo fue la larga noche del 26 de agosto de 1983, el fatídico año de las inundaciones. Cuentan las crónicas que los espectadores de la corrida de toros que llegaban al Ercilla para asistir al coloquio taurino posterior lo hacían empapados hasta la ropa interior. El hotel se encargó de secar y planchar su indumentaria, pero aquello solo fue una pequeña muestra de la generosidad de los responsables del hotel aquella noche. “Lo que hizo el personal del hotel fue para enmarcar. Dieron cobijo y comida y bebida gratis a todo aquel que llegaba”, comentó algún testigo. “Hubo un momento en que apareció un equipo de TVE, que quiso arramblar con todo e intentó asaltar el bar, con todo el hall lleno de gente. Los sacaron a tortas de allí y con toda la razón porque no se puede comprender un gesto tan insolidario y chulesco en un momento así”, recordaba otro testigo, Carlos Bacigalupe.

Los camareros, recuerdan otros testigos directos, fueron a aprovisionarse de velas, porque el suministro eléctrico había sufrido un corte. Y ni cortos ni perezosos se trasladaron hasta la basílica de Begoña para hacerse con un buen puñado de cirios que alumbraron el hall y otras estancias del Ercilla. A su vez los toreros y artistas alojados en el Ercilla, por supuesto, también fueron protagonistas de aquella noche. El actor Pedro Osinaga llegó al hotel contando que había tenido que suspender su función en el Teatro Buenos Aires, donde el agua había llegado a cubrir el patio de butacas.

Más allá de los detalles, el hotel Ercilla recoge el nombre de una calle con renombre. Allí donde se ubica un portero con librea, santo y seña del hotel, a pie de calle, floreció una escultura que honra a su patrón, si es que se puede decir así. A principios de 1998, se colocó un busto de Alonso de Ercilla realizado por el escultor Alfonso Loperena.

Alonso de Ercilla y Zúñiga nació en Madrid, el 7 de agosto de 1533. Era hijo del célebre bermeano Fortún García de Ercilla y Arteaga, señor de la Casa-torre de Ercilla de Bermeo, llamado en Italia el sutil cántabro, y de Leonor de Zúñiga. Con 15 años formó parte del séquito del príncipe Felipe, después rey con el nombre de Felipe II. En Londres conoce a Jerónimo de Aldarete, al que oye relatos de aventuras por América. Entusiasmado se une a él, que había sido nombrado “Adelantado” de la provincia de Chile, embarcando en Sanlúcar de Barrameda, en la escuadra que zarpa para América el 15 de octubre de 1555, en la expedición de castigo contra los indios araucos que, en diversas ocasiones, se habían levantado en armas contra la autoridad española. Hasta 1563 estuvo en América, en la conquista de Chile contra los Araucanos. El espíritu orgulloso y combativo de este pueblo le impresionó e inspiró para escribir el mejor poema histórico que tenemos, La Araucana, que lo publicó en tres etapas.

Volvamos al hotel, que hoy luce una silueta moderna y una terraza singular que ofrece inigualables vistas de Bilbao. En los fogones del histórico restaurante Bermeo del hotel cocinó Luciano Pavarotti y quienes han vivido de cerca el intenso tráfico de personalidades no olvidan a dos: Dolores Ibarruri, La Pasionaria, y el cantante galés Tom Jones, un ejemplo, al parecer, de educación y cortesía. En sus habitaciones y salas se han fraguado muchos de los principales acontecimientos de la historia vasca de casi la última mitad de siglo. Por sus pasillos han caminado también nombres del arte y del espectáculo, toreros y actrices. La ley de la discreción no permite contar más.