Más de medio centenar de joaldunak, 22 de Ituren y 14 de su barrio de Aurtiz, y 18 de Zubieta, salieron ayer entre la niebla a recorrer como han hecho durante siglos los viejos y angostos caminos de herradura para despertar a la primavera, ahuyentar a los malos espíritus y pedir protección para sus prados y cosechas. Y como premio, casualmente, al reunirse iturendarras y zubietarras en la muga de las dos villas, el sol del invierno de temperatura débil pero luminoso y cegador disipó las últimas nieblas y se sumó a la fiesta.
La jornada para los protagonistas del Zanpantzar, que anuncia la llegada del Carnaval, se inicia en las Herriko Etxea de las dos villas, en Ituren en el sabai o ganbara (desván) donde anudan los dos tremendos polunpak (cencerros de gran tamaño de hasta once litros de capacidad) a la altura de los riñones ("¡tira, tira, segi!", que hay que verlo para creerlo) como conviene, bien sujetas, fijas para que no se deslicen y causen heridas. Los pantalones son los clásicos de mahón o azul de Bergara (así se decía antes), gruesos calcetines blancos de lana y el espaldero de piel de oveja. Todo lo culmina el ttuntturro, el gorro cónico que siempre debe llevar 30 cintas de colores y arriba del todo, unas plumas de gallo. ¡Ah! Y no falta el isopua (hisopo) que se empuña y agita contra los enemigos de la naturaleza.
Unos y otros, los tres grupos de Ituren, Aurtiz y Zubieta, se lo toman con filosofía, ellos no tienen prisa y hacen lo que no está escrito pero se cumple a rajatabla, aunque los espectadores (los de casa con tranquilidad, conocedores de la liturgia) llegados a decenas se impacienten. Del asunto, en Ituren, se ocupa Lázaro (Laxarito) Erregerena, de la casa Harriberria, que impone la seriedad y rigor que exige el rito y la tradición como si el guardián entre el centeno fuera.
Hay cosas que llaman la atención y que a veces pasan desapercibidas, como el agurra (saludo) que alzando la palma de la mano se dedican joaldunak de Ituren y Aurtiz al unirse a los de Zubieta, el fenomenal apetito que gastan unos y otros; croquetas a montón en Altxunea, lo mismo media docena o más de huevos duros por ttuntturro, y salda en Aurtiz, que probablemente necesitan para compensar el desgaste de la sudada.
Al final, la entrada en la Herriko Plaza de Ituren apoteósica, impresionante como siempre. Los vecinos de las dos villas a orillas del Ezkurra y a la sombra del imponente Mendaur llevan generación tras generación cumpliendo fielmente el rito, muchos más años que las decenas de cámaras profesionales y aficionados, exagerados algunos, y de teléfonos móviles que captaron sus evoluciones hasta el agobio. Si en un tiempo la del vídeo doméstico fue la mayor invasión jamás contada, la fotográfica fue ayer motivo de comentarios generalizados.