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El “no” vasco a la OTAN

Mañana se cumplirán 30 años de la celebración del referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN. Los vascos votaron mayoritariamente “no” en medio de un clima político plagado de contradicciones

El “no” vasco a la OTANDEIA

EN un contexto internacional marcado por la existencia de los dos bloques surgidos tras la Segunda Guerra Mundial y en un clima de amplia tensión bajo los ejes del Pacto de Varsovia y la OTAN, Felipe González convocó el 12 de marzo de 1986 el referéndum de ratificación de adhesión a la Alianza Atlántica. Bajo la posibilidad de un conflicto abierto de los dos bloques junto al debate sobre el despliegue en escenario europeo de los euromisiles de cabeza nuclear, los ciudadanos votaron en aquel referéndum que cosechó un amplio respaldo en el Estado y no así en la CAV, Nafarroa, Catalunya y Canarias, las únicas comunidades que ofrecieron un resultado negativo a la pregunta sobre la adhesión. Sin embargo, España ya pertenecía a la OTAN desde 1982 y lo que se votó entonces fue la permanencia en una Alianza Atlántica dibujada como un peaje que había que asumir por la entrada española en la Comunidad Económica Europea aquel 1 de enero de 1986.

Treinta años después de aquel referéndum, el lehendakari José Antonio Ardanza recuerda el paso que dio al frente propugnando el voto afirmativo días antes de la celebración de la consulta a través de una declaración a favor del posicionamiento atlantista y en la que apostaba por la estabilidad democrática, la modernización y la libertad. “No soy militarista. No apoyaba entonces ni el de ETA, ni el de los militares españoles, El 23-F estaba muy reciente, no apoyaba ni el militarismo de la OTAN ni el del Pacto de Varsovia; pero esos militarismos existían y querían imponerse”, recuerda Ardanza y, tres décadas después, basa aquella decisión en un ejercicio de responsabilidad política como lehendakari y como correctivo para los militares españoles cinco años después del golpe de Estado. ”Quería que los militares españoles, acostumbrados al sable, al ordeno y mando y a los golpes de Estado, pasearan por las sedes europeas y aprendieran el papel del ejército en un Estado democrático. No quería militares en España que no supieran el papel que tienen en una democracia”, afirma Ardanza. Ramón Jáuregui, en aquel 1986, delegado del Gobierno en el País Vasco, habla de un debate primitivo y poco documentado sobre la importancia general de la paz en Europa tras la Segunda Guerra Mundial y las consecuencias tras el aislamiento con la dictadura de Franco y señala “ quizás estábamos viviendo unos años todavía pendientes de las confusiones predemocráticas; nunca se ha tenido una explicación histórica sobre el papel de los ejércitos o de la historia, de cómo nos liberamos del nazismo y el papel que jugaron los americanos”.

Contradicciones. Por aquel entonces el PNV vivía también su particular guerra fría con el partido al filo de una dolorosa escisión que se consumó aquel otoño con el nacimiento de Eusko Alkartasuna. La dirección jeltzale dio libertad de voto a sus militantes para el pronunciamiento que derivó en una división expresada también a través de ambas opciones. Mientras algunos dirigentes como Ardanza o Xabier Arzalluz apostaban abiertamente por el “sí”, otros como Carlos Garaikoetxea, líder del sector crítico, Koldo Amezketa o el entonces alcalde de Gasteiz José Ángel Cuerda apoyaban un “no” que abrazaba una mayoría social en las calles.

Las cosas tampoco eran fáciles para el resto de partidos, sobre todo para los de ámbito estatal. El PSOE protagonizaba un viraje en su posición frente a las visiones atlantistas con un González que ahora pedía el “sí”, desdibujando aquel conocido slogan electoral de las elecciones de 1982 que le dieron la mayoría absoluta: “OTAN, de entrada No”. Jáuregui, señala que “había una promesa electoral muy explícita en el sentido contrario y para darle la vuelta a la posición que mantuvimos era necesario el referéndum. Realmente fue una demostración de algunas cosas que se dicen en campaña electoral y después son muy difíciles de cumplir”. Con el referéndum como excusa para asumir los compromisos europeos, Ardanza recuerda las reuniones con Felipe González en un intento de disuadirle de la convocatoria de un referéndum fraguado al calor de las presiones de Europa. “Felipe era muy consciente de aquellas presiones para aclarar posiciones-recuerda José Antonio Ardanza- y propuso el “sí” pero poniendo limitaciones como conseguir que no hubiera armamento nuclear en España, que no se formara parte en plenitud de la estructura militar o una reducción de las bases americanas. Así, el Gobierno de España pudo defender la permanencia en unas condiciones atenuadas. Felipe quiso hacerlo lo más defendible posible”.

Sin embargo, la contradicción estaba ya instalada en un socialismo perplejo que asistía a su primer recorte programático tal y como recuerda el entonces dirigente de Herri Batasuna, Iñaki Aldekoa. “Fue el comienzo de las rebajas de programa del PSOE. Lo que habían sido una serie de políticas de izquierdas y progresistas e incluso abiertas a los derechos de las naciones del Estado. La OTAN fue el primer recorte programático y fue el más llamativo”, señala.

El otro gran partido de ámbito estatal, Alianza Popular, tampoco se libraba de la dificultad de afrontar esta consulta con coherencia y vínculo con sus postulados anteriores que partían del frente del “no” en 1982 a pedir una abstención en el referéndum que llegó en el Estado al 40%, una cifra que se acogió con satisfacción moral la misma noche de la consulta por parte de sus dirigentes.

En Euskadi y en este contexto de clave interna, la formación que parecía moverse más cómodamente era Herri Batasuna, un partido con un peso relativamente fuerte en lo social y que reeditó su proverbial capacidad de movilización que propugnaba un rotundo “no”, aunque, matiza Ardanza, incurriendo también en su propias contradicciones: “Gritaban Gora ETA militarra y al mismo tiempo negaban el militarismo de otros”.

referéndum Con estas diatribas, el dilema de la OTAN dejó aquel miércoles de marzo en Euskadi el triunfo del “no” con un 64% de los votos frente a un 33% de síes. Junto a Nafarroa, Catalunya y Canarias engrosó el club de las únicas comunidades autónomas del Estado que rechazaron la reválida de la integración a la Alianza Atlántica. En la CAV, con una participación del 65%, el “no” ganó en todos los territorios, una abrumadora mayoría con unos “dolorosos” resultados para los socialistas, que el vicesecretario general del PSE, Ricardo García Damborenea atribuyó a la responsabilidad del PNV y a su inhibición. Desde los sectores nacionalistas se achacó el resultado a un voto de castigo al Gobierno de González. Una teoría válida para Jáuregui por la propia naturaleza de este tipo de consultas basadas en la democracia directa: “los referéndum siempre suelen ser una buena oportunidad de castigar al partido gobernante y aunque sean otros los motivos, probablemente así fue; el “no” seguramente escondía más cosas que el rechazo a la OTAN”.

La coincidencia en la respuesta negativa que ofrecieron las nacionalidades históricas tampoco pasó desapercibida aquella noche electoral cuando, el secretario general de los socialistas vascos, Juan Manuel Eguiagaray, interpretaba que en muchos votantes nacionalistas “ha primado el afán de diferenciarse del resto de España sobre la defensa de sus intereses”.

HB tradujo aquella negativa en una reafirmación clara hacia la soberanía nacional. Tal y como señala actualmente Aldekoa, “fue muy importante que en los procesos electorales de la transición democrática, tanto la CAV como Nafarroa votaran en la misma dirección. Con la OTAN, la conjunción de las fuerzas abertzales y de izquierda tuvo un resultado homogéneo. Significó una especificidad y llamó la atención ese resultado diametralmente contrario al del Estado”, señala.

Con todo, aquel resultado en Euskadi se interpretó no solo como una suerte de ajuste de cuentas al Gobierno de González, también como una prudencia instintiva frente a los errores y las paradojas de las formaciones políticas y que, en general, habían supuesto cierta decepción a la opinión pública. Según recuerda Aldekoa fue ”la expresión de una oportunidad de rechazar el alineamiento al bloque militar que en su día tuvo una componente de defensa frente a los soviéticos, pero también heredera del imperialismo europeo y americano aunque después se demostró con el fin de la antigua Unión Soviética la existencia de otros intereses”. Y es que todo ha cambiado. Tras la caída del Muro de Berlín y de los sistemas comunistas en Europa oriental, el Pacto de Varsovia no tuvo razón de ser y, en 1991, fue disuelto desapareciendo el motivo para la hegemonía militar de una URSS también desintegrada. Ardanza, no obstante, asegura hoy que, si las circunstancias fueran las mismas, daría el mismo paso que en 1986: “me quité los complejos y aunque sabía que la opinión mayoritaria iba a resultar “no” a la permanencia, sabía que estaba tomando un riesgo innecesario, pero entendí que el silencio no era responsable. Habíamos entrado en Europa. Un socio solvente paga sus cuotas”. Jáuregui se suma a la defensa de los compromisos adquiridos añadiendo que “cuando estamos hablando de conflictos geopolíticos hay que asumir la defensa de la paz y si uno milita en una opción antiejércitos, antiestatal, puede vivir en el mejor de sus mundos pero desgraciadamente queda marginado de la realidad. En estos treinta años -añade- hemos aprendido mucho de esto”.

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