ESTAMOS viviendo un tiempo de grandes cambios y a veces no somos conscientes de ello. Nuestro día a día nos atrapa y nuestra mirada no va más allá de aquello que nos muestran los medios de comunicación oficiales. Sin tiempo para el análisis, la reflexión y para contrarrestar opciones, opiniones y propuestas diferentes. Lo que sí percibimos es una inestabilidad endémica, una incertidumbre enfermiza y unos cambios tecnológicos que por momentos nos superan. La economía lo impregna todo y el mercado marca las leyes, las pautas, los ritmos y las condiciones de vida, convirtiéndose en la dictadura del más fuerte, de las grandes corporaciones. El consumismo brutal, imparable, los grandes beneficios de las multinacionales, nos está arrastrando a un caos, a una quiebra ecológica y social. La crisis que estamos padeciendo se podría definir como existencial. ¿Qué podemos hacer para salvar el mundo, nuestro modelo de vida y no dejar a nadie en la estacada? Ante esta pregunta van surgiendo diferentes voces o tendencias.

¿Qué futuro queremos crear?

Están los incrédulos, los negacionistas de todo, dicen que todo es una gran mentira, que el mundo tiene una capacidad impresionante para regenerarse, que no hay tanta contaminación como nos hacen ver y que nos quieren cambiar nuestra maravillosa forma de vivir. Hay que seguir consumiendo para que no se cierre ninguna empresa, ningún comercio, ningún bar y así podamos mantenernos fieles a nuestro estatus social adquirido, la fiesta debe continuar. Con esta tendencia, se defiende el crecimiento sin límites de la economía, todo para seguir viviendo al mismo nivel, sin restricciones. Lo que es evidente es que este crecimiento expansivo lo hace a costa del consumo de nuestros recursos, aumentando así mismo, los desechos o basura que no se puede reciclar, la contaminación del aire con la emisión de gases, la contaminación de los ecosistemas con la desaparición de especies naturales. Su efecto colateral brutal es el incremento de la pobreza en muchos lugares y la mayor desigualdad social, dándose cada vez más que los ricos cada vez son más ricos y cada vez hay más pobres. A la vista de los avisos que continuamente nos están dando desde el mundo científico, esta tendencia no deja de ser inquietante, irresponsable y altamente egoísta. Esta postura ciega a la realidad que existe más allá de su comodidad, nos aboca irremediablemente al abismo de la extinción, precedida de crisis terribles, hambrunas y desordenes sociales inevitables.

Están los que se creen las predicciones científicas, pero no quieren perder su cómodo modo de vida y son defensores del “crecimiento verde”, que viene a ser algo así como mantener el sistema económico actual cambiando el tipo de energía. Es decir, dejar de consumir combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón…) por energía renovables y reciclando más. La economía sigue expandiéndose y aunque defienden la economía verde circular, el volumen que tenemos de producción, consumo y desechos, lo hace imposible de lograr sin impactar ambientalmente y sin frenar las desigualdades, haciendo cada vez más grande la brecha entre ricos y pobres.

Ante estas dos posturas, surge la idea del “decrecimiento”, en palabras de Ruby Russell, autor del artículo ¿Qué beneficios traería una economía del decrecimiento? “Producir y consumir menos significaría que también podríamos trabajar menos. Seríamos más pobres en cosas, pero más ricos en tiempo, reemplazando la fiebre del consumismo por placeres más profundos, como la comunidad y las actividades creativas”. Suena bien, trabajar menos, consumir menos, tener menos… decrecer para volver a formas de sociedad y de producción más primitivas hasta mantenernos en un “estado estacionario” sin crecimiento que evitaría así el colapso medioambiental a nivel planetario. El problema de “decrecer” es qué reducimos y quiénes soportarían semejantes recortes. ¿Y si esto provoca un efecto dominó y acaba cayendo todo el sistema? Nos arrastraría a una ruralización produciéndose una tremenda degradación de los sistemas de transporte, de distribución, de los servicios públicos, sobre todo la sanidad. Se llegaría a una dispersión masiva por todo el territorio siendo totalmente invasores de ecosistemas y sin capacidad de reciclaje y depuración de las aguas. Maxi Nieto en su artículo “El decrecimiento no es ninguna solución” nos llega a interpelar así: “hablar del problema del crecimiento en las condiciones demográficas actuales es lo mismo que decir que “sobra gente”. Por eso el decrecimiento “abre la puerta a los recortes sociales y a la austeridad, incluso al ecofascismo, a las propuestas de segregación social y nacional para acaparar los recursos naturales fundamentales a costa de imponer privaciones al resto”. Terrible.

El propio Max Nieto nos propone una alternativa, el ciber-comunismo. Esta tendencia denuncia que “Resulta imposible revertir el actual deterioro ecológico y reducir las emisiones de CO₂ sin acabar antes con los procesos irracionales que son consustanciales al funcionamiento mercantil: especulación financiera, sobrecapacidad instalada, industria del lujo, obsolescencia programada, generalización de artículos desechables, publicidad e invención continua de nuevas necesidades, consumismo, urbanismo depredador, sistema de transporte privado, burocratismo o militarismo ligado al imperialismo”. Esta tendencia nos propone “reemplazar el obsoleto mecanismo del mercado y la propiedad privada por el de la planificación económica y la propiedad social de los medios de producción”. Creen que la innovación tecnológica puede contribuir a solucionar la actual crisis eco-social y para ello dicen que es necesario que deje de estar sometida al mercado. Max Nieto nos dice “La reconversión ecológica de la economía requiere una masiva inversión tecnológica” para ampliar los sistemas de transporte públicos o explotar nuevas fuentes de energía y de recursos. Piensan que el manejo de los datos al servicio público posibilitaría una economía más justa y redistributiva, se analizarían las necesidades de la gente y se llegaría allí donde ahora al mercado privado no le es rentable. Un intervencionismo total para generar justicia social. Suena a alternativa utópica, ya que queremos intervencionismo pero para los demás y cuando nos beneficia, mientras tanto, que le dejen a uno subir el precio del pan, de la fruta, del combustible, de la mano de obra… para no perder un ápice de nivel de beneficios ¿y el resto de la gente? Que se fastidie y se apriete en cinturón un poco más.

Si la “negación” del problema medioambiental y del sistema capitalista actual nos lleva al colapso, si los intentos de una “economía verde” se quedan en nada, si el “decrecimiento” es peligroso y el ciber-comunismo la gente no lo quiere… volvemos al principio ¿qué futuro queremos crear?

* Artista