STAMOS asistiendo en las últimas semanas a un bombardeo de informaciones sobre la pederastia que se ha convertido en todo un espectáculo morboso de testimonios personales de víctimas de los abusos sexuales cuando fueron menores desde hace unas décadas por parte de miembros de la Iglesia, ya sean sacerdotes, religiosas o religiosos.

Los medios informativos, y en especial las televisiones, incluidas las de EITB, parecen estar a la carrera para ver quién consigue testimonios de víctimas y cuanto más escabrosos mejor. Resulta sonrojante que la mayor parte de los medios informativos estén abordando este gravísimo tema desde una perspectiva puramente exhibicionista, buscando al detalle la forma en que se desarrollaron aquellas agresiones sexuales. Buscan, en una palabra, el morbo.

Hay que escarbar mucho para encontrar algún medio informativo que, además de eso o a su margen, aporten análisis que tengan que ver con el futuro de nuestras generaciones para evitar que puedan caer en situaciones similares de esos abusos y agresiones sexuales registrados en estas últimas décadas, no solo pero en especial, en el seno de la Iglesia católica. En mi opinión una información digna y respetuosa debería tener como objetivo fundamental mirar al futuro. Frente al pasado, poco podemos hacer sino reconocer lo que pasó.

Parto de que no creo en esas comisiones de investigación, fruto en general de un giro estético de la Iglesia. Como ya están creadas, quisiera poder, sin embargo, y en la medida de lo posible, colaborar a llenarlas de contenido. En ese contexto, las comisiones de investigación creadas actualmente son demasiadas. Crear una comisión en el seno del Congreso español de diputados o en manos del Defensor español del Pueblo; otra por parte de la Iglesia del Estado español a través de un despacho de abogados; y otras en el seno de las diócesis, en nuestro caso vascas es, permítaseme, un cachondeo. No se puede volver locas a las víctimas para que presenten aquí y allí sus denuncias.

Son además insuficientes por superficiales, salvo que finalmente se vaya al fondo del problema. Esas comisiones, por lo que se sabe, no son en síntesis más que despachos de denuncias de las agresiones sexuales para crear un mapa de los abusos sexuales en el Estado Español. Se dice que serán independientes. Ojalá lo sean. Para garantizar esa independencia dichas comisiones deberían abordar no solo la búsqueda de los abusadores, sino también la de sus encubridores que, en la mayor parte de los casos existieron y existen por omisión e inhibición.

Tales comisiones, ¿están dispuestas a llevar sus investigaciones hasta el final con los posibles y presuntos encubridores? La mayor parte de los abusadores ya han fallecido. De los posibles y presuntos encubridores, mientras no haya pruebas, quedan aún personas que viven. En mi caso, como víctima de los abusos, que lo fui en el Seminario de Derio, hay aún exresponsables del seminario que todavía viven.

Esas comisiones, ¿están dispuestas a indagar en altos cargos de la cúpula de la Iglesia como obispos, vicarios, profesores, rectores... para saber qué supieron de aquellas agresiones? ¿Por qué no las cortaron de raíz? ¿Después de cuánto tiempo de conocidas aquellas agresiones decidieron cortarlas? ¿Qué hicieron con el abusador? ¿Lo trasladaron sin más a otro puesto? ¿Por qué no le apartaron totalmente de su misión pastoral, educativa, religiosa?

No creo en las huecas peticiones de perdón que se vienen produciendo desde la jerarquía de la Iglesia, si no van acompañadas de hechos y propuestas de solución cara a evitar situaciones similares en el futuro. Es lo que entiendo por llevar el perdón a la práctica. En ese sentido, estimo que hay, entre otras cosas, tres temas importantes a llevar a cabo por parte de todas las instituciones sociales, políticas, educativas y en especial por parte de la Iglesia católica desde su cúpula vaticana.

En primer lugar, habría que trabajar en la educación sexual y emocional integral desde la niñez en las familias, ikastolas, escuelas e institutos. Para ello, habría que adoptar un compromiso institucional educativo que garantice esa educación sexual que permita a nuestros niños y adolescentes afrontar situaciones de riesgo y abusos por parte de personas mayores, sean religiosas o no. Sería todo un muro firme contra el abusador.

En segundo lugar, la Iglesia católica desde su cúpula del Vaticano, como todo el conjunto de Congregaciones de religosos/as, debería abolir el celibato obligatorio de sus sacerdotes, religiosos y religiosas de todo el mundo. De esa forma, ¿se evitarían tajantemente por su parte los abusos y agresiones sexuales?. Pues tal vez no. O tal vez sí. No cabe duda que en el ADN de cualquier abusador

sexual miembro de la Iglesia se encuentra esa antinatural represión sexual.

Desde el año 1969-70, hace ya más de 50 años, cientos de sacerdotes de todo Europa, en representación de otros tantos cientos, y con una delegación vasca también de la que formé parte, nos reunimos en Coire (Suiza) y Ámsterdam (Holanda) para analizar la situación de la Iglesia. Entre los temas que se abordaron uno de ellos fue el del celibato obligatorio. Y pedir la abolición obligatoria del celibato fue una de sus conclusiones.

Por lo que vemos, poco caso se nos hizo desde el Vaticano. Y desde aquella época, en la que tantos casos de agresiones sexuales se registraron en el seno de la Iglesia católica de todo el mundo, ¿cuántos podrían haberse evitado en el caso de que se hubiera logrado abolir el celibato obligatorio?. Nunca lo sabremos. Pero sería bueno que el Vaticano reflexionara profundamente en ello. En tercer lugar, aunque en estos tiempos de escasez de "vocaciones" no es ya habitual como en aquellos años —nuestro curso del seminario de Derio en 1953 fuimos 125—, el Vaticano debería establecer una norma general por la que ninguna persona menor de 18 años pase por un seminario o convento religioso.

Para terminar, ante tanta información actual de abusos sexuales y, pese a la dura crítica que se merece la jerarquía de la Iglesia católica por su mirar a otro lado y encubrir esta situación, es justo y necesario también reconocer que, si bien son miles los casos de víctimas, la mayoría de curas, religiosos y religiosas de la Iglesia católica vasca, española, europea y mundial no han sido ni son abusadores o agresores sexuales. A cada cual lo suyo. * Exsacerdote