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Una flor en el cañón de las pistolas

CUANDO las buenas noticias se acompañan de una flor en el cañón de una pistola, siempre hay alguien que no ha sabido escuchar el “por favor, no pisen las flores, por favor, no las pisen más” y se empeña en degradar el ambiente para que se pudra, si es posible, en vez de regarla. Poner una flor es una tarea necesaria, pero después hay que seguir alimentándola constantemente, al menos con agua, y si tiene determinados nutrientes, tanto mejor.

Cuando hablamos de que se ha iniciado una guerra, una escalada de violencia, podemos poner una fecha de inicio en el centro de la espiral, pero después esa espiral va aumentando y aumentando el dolor de las víctimas, que no desaparece con el paso del tiempo, se multiplica en el calendario y, como dice el poeta Ali Ahmad Said, (Adonis): “Nuestros pasos son una hebra de muertos. / ¿Tu muerto viene de tu señor o tu señor viene / de tu muerto? / Perdido por el enigma, se inclina cual arco de / Terror sobre sus días encorvados”. Porque el dolor es el dolor y las explosiones que rompen el corazón no se curan ni con los últimos avances de la más alta cirugía.

Esa espiral de la violencia aumenta siempre porque a veces se retroalimenta con el círculo equivocado de quienes consideran que solo con un dolor más fuerte sobre quien lo produce, o su entorno, se va a poder evitar un dolor intenso. Y esa constatación compleja no es equidistancia. También se retroalimenta con las miradas de aprobación, o hacia otro lado, con la indiferencia, con el abandono de quienes ya no aguantan más, con el “algo habrá hecho”, con los aplausos a quien provoca dolor, con la marginación y la exclusión de la convivencia normalizada a las víctimas, con la imposición de mentiras dichas una y otra vez hasta que se convierten en verdad, con la ausencia de criterios éticos que remueven la conciencia ante la agresión, la injusticia, y la falta de respeto a los derechos humanos.

Asistimos a una banalización de las responsabilidades personales que siempre señalan a alguien más como culpable y echamos leña al fuego del odio para que la flor de la vida no se enorgullezca de renacer en el regazo de las pistolas. ¿Ha desaparecido la espiral de la guerra? Me ha resultado significativo el testimonio de una persona que, en este contexto pos-ETA, afirmaba haber celebrado con su pareja el símbolo de su desaparición porque, entre otras cosas, se alegraba mucho de no haberse introducido personalmente en esa dinámica, pues su entorno le había animado, o algo más, para hacerlo, y había tomado la decisión de no ir en esa línea. ¡Qué respiro ético!

La consecución de la paz no tiene límites, siempre es un proceso que no acaba. Además de salir a la calle, ha de vivir dentro de la conciencia. Una empresa produce un objeto para que sea consumido y produce un arma para que sea disparada; así lo asumimos consciente o inconscientemente. ¿De qué vivirían, si no, quienes producen y trafican con las armas? La muerte y el sufrimiento ajeno están en la cuenta de resultados y la ausencia de criterios éticos la alimenta. ¿Cuántas piedras ponemos en el camino de la paz porque las vemos como necesarias, y son asumidas sin rechistar?

Dice Allen Ginsberg en su Letanía de las ganancias de guerra: “Estos son los hombres de las compañías que han sacado / dinero de esta guerra (?) Estas son las corporaciones que se han beneficiado con el comercio / de fósforo que abrasa la piel o de bombas fragmentadas en / miles de punzantes agujas (?) y estos son los nombres de los generales y capitanes militares,/ que así, ahora trabajan para los fabricantes de bienes de guerra; / y encima de éstos, por orden, los nombres de los bancos combinados, / trusts de inversión que controlan estas industrias: / Y estos son los nombres de los periódicos propiedad de estos bancos / Y estos son los nombres de las estaciones de radio propiedad de estos / combinados; / y estos son los números de miles de ciudadanos?”. Cada cual puede añadir, sin miedo, aquellos factores que nos hemos dejado en el tintero, porque nos hemos limitado a expresiones generales, pues todavía produce un cierto temblor aplicarlo a un caso concreto y en más de una dirección.

Cuando la idea de liberar a un pueblo, o de actuar para defenderlo, prescinde de todo valor ético, seguimos admitiendo que es imposible cerrar la espiral. El odio, la falta de aceptación de las diferencias, y el hablar de victorias o derrotas, de imposiciones con daños colaterales, de injusticias alejadas de lo que afirma la misma justicia, no fortalecen la paz y la tarea es revertir la espiral desde todas direcciones hasta convertir la escena en círculos concéntricos, siempre en movimiento, que miran hacia dentro de la conciencia y al corazón de todas las víctimas, para desactivar la espoleta de la violencia y no regar, nunca más el árbol de Gernika con sangre, porque es la forma de agostarlo.

Como decía la autodisuelta organización Gesto por la Paz, “no hay caminos para la paz, la paz es el camino”. Nadie gana en una guerra, nadie consigue nunca la paz, pero sigue habiendo personas y organizaciones que no abandonan para que aumente su cauce. Son los cambios éticos, y no los cambios de estrategia, los que la alimentan,