lA decisión de la Administración Obama de abstenerse en la última votación del Consejo de Seguridad de la ONU permitió condenar los asentamientos ilegales que violan el derecho internacional y que Tel Aviv había impulsado en los territorios ocupados palestinos. Es más un gesto tardío y simbólico que eficaz porque el nuevo presidente Donald Trump deshará la política exterior norteamericana a su antojo, advertencia que ya lanzó en las redes sociales. De hecho, ha nombrado como embajador en Israel a David Friedman, cercano a las tesis de la ultraderecha israelí y partidario de la anexión de tales asentamientos.

Ahora bien, es preocupante que un país como Estados Unidos no sea capaz de distinguir entre lo simbólico y lo real. Porque las garantías territoriales y, sobre todo, el desmantelamiento de las colonias son la clave para poder resolver, aunque sea muy difícil, la cuestión palestina. Es la única manera de volver a las fronteras de 1967 y la constitución de dos estados. Algo que, por supuesto, Israel no solo se empeña en dilatar sino que trata de impedir con todas las armas a su alcance.

El proceso de colonización de ciertas tierras desde los acuerdos de paz ha sido imparable. Se han asentado más de 600.000 colonos tanto en Jerusalén oriental, que ha sido anexionado mientras se expulsaba a los palestinos, como en las más de dos centenares de colonias en la Cisjordania controlada por el Ejército (el 60% del territorio).

Por eso, la resolución de la ONU preocupa y mucho en Tel Aviv, porque Israel podría sufrir sanciones a corto plazo, si los palestinos acuden a la Corte Penal Internacional. Sin embargo, lo escandaloso es la frivolidad con la que se ha procedido a la sistemática destrucción del pueblo palestino en nombre de la seguridad. La ONU se ha visto paralizada por el reiterado veto de Washington y aunque la Administración Obama se inclinara por un aire más conciliador, no ha dado, ningún avance que para los palestinos suponga librarse de la tutela imperativa de Israel.

Los halcones de Tel Aviv No solo eso. Esta tutela está siendo aprovechada de forma muy favorable por los halcones hebreos para impedir que el propósito de constituir dos sociedades que se reconozcan y vivan en paz sea viable. No son los grupos ni partidos que propugnan el diálogo los que toman las decisiones políticas sino los ultraconservadores, ayudados, eso sí, por los grupos radicales palestinos como la Yihad Islámica o Hamás. El ministro titular de Energía hebreo, Yuval Steinitz, sin ir más lejos, declaraba al Canal 2 de la televisión israelí que “no se trataba de una resolución contra los asentamientos, sino de una resolución contra Israel, contra el pueblo judío y contra el Estado judío”. Mientras, el embajador israelí ante la ONU, Danny Danon, suplicaba a Estados Unidos antes de la votación, a través de Twitter, “que permanezca junto a nosotros”. Esto desvela a las claras cuál es la postura israelí. O se está con ellos o contra ellos, sin mediar ningún elemento intermedio, sin valorar ni criticar que sus actitudes y erróneas políticas son las que han llevado a este callejón sin salida, a este cruel tratamiento de los palestinos y a este paroxismo. Aunque no todos son del mismo parecer. La líder del partido pacifista Meretz, Zehava Galon, responsabilizaba a Netanyahu de esta situación ante la decisión de promover una ley para legalizar los asentamientos, que la justicia israelí ha rechazado. Asimismo, el líder de la Lista Árabe Conjunta, Aymen Odeh, tercera fuerza en el parlamento israelí, añadía, no sin razón, que Nentayahu había pecado de arrogante. Por otro lado, el secretario general de la Organización para la Liberación Palestina, Saeb Erekat, declaraba que “ha sido un día histórico en la lucha palestina contra la colonización y una victoria del derecho internacional”.

Netanyahu ya ha advertido que Israel no acatará la resolución y adoptará represalias diplomáticas contra los países que han promovido la resolución como son Nueva Zelanda y Senegal. En otras palabras, la actitud del Ejecutivo hebreo es impropia de un país que nació, precisamente, bajo el amparo de la ONU y que se considera un Estado democrático. Porque la medida no es contra Israel, sino en defensa y garantía de la sociedad palestina. El desprecio y la actitud cerrada hebrea ha venido siempre defendida (salvo excepcionales) por Estados Unidos, que ha impedido que la ONU haya podido mediar como en otros conflictos en busca de una solución.

Dureza contra el terrorismo Para Israel toda injerencia externa es un oprobio, como si su propia soledad reforzara así las razones de peso de sus políticas y nadie pudiera cuestionar sus tácticas, por muy brutales que estas sean (como sus operaciones de castigo). Los halcones israelíes parecen temer que cualquier signo de debilidad externa lleve a la destrucción del Estado israelí y, por eso, operan con extrema dureza (y esto es lo que, en verdad, les debilita). Pero no todos los palestinos son terroristas y hay quienes aspiran tan solo a vivir con dignidad.

Sin embargo, hay que admitir que el terrorismo ha causado un efecto muy dañino en las relaciones entre israelíes y palestinos, que no impide propugnar un marco de encuentro. Y aunque los sectores más conservadores se niegan a reconocer a los palestinos su derecho a disponer de su Estado propio, es necesario que esta negativa tan dañina se vea alterada.

La fuerza en este caso se ha impuesto, sin discusión, a la razón, dando pie a una política de expulsiones y colonizaciones que están buscando reducir a los palestinos a la nada. Una mentalidad extremista, por tanto, ha dictaminado la política israelí y favorecido, sin duda, el radicalismo palestino. También la Administración Obama había hecho de pararrayos diplomático y en 2011 vetó una resolución que obligaba a que se sentaran a negociar israelíes y palestinos. Es hora de que esta política cambie... aunque no lo hará con Trump.