aÑO nuevo, costumbres viejas. En una época de nuevos proyectos y expectativas, un peligro acecha al cumplimiento de nuestros objetivos: la inconsistencia temporal. Este concepto se da cuando existen desajustes entre nuestros objetivos y las actitudes o actividades que nos conducen a ellas a lo largo del tiempo.

Dice la sabiduría popular que el hombre es un animal de costumbres y pocos dichos son tan acertados. La mejor forma de predecir cómo le va a ir a una persona es observar cómo le ha ido en el pasado. Claro que no es un método infalible, pero es el más adecuado. Ya se sabe: una cosa es lo que decimos, otra lo que hacemos. Y lo peor de todo es que muchas veces no somos conscientes de esa inconsistencia. Por ejemplo, pensamos que comemos mejor de lo que realmente comemos, ya que las pocas (o muchas) veces que caemos en alguna tentación no nos parece algo digno de ser tenido en cuenta. Y no se trata de una falsedad a sabiendas: lo que ocurre es que lo olvidamos. El cerebro es selectivo, y eso no es culpa nuestra, aunque es algo que se puede modular. Simplemente, es biología.

Todo esto nos lleva a predecir mal nuestro futuro. Las empresas lo saben y aquellas que se dedican a la salud (dietas, gimnasios o semejantes) ofrecen atractivas ofertas para disfrutar de sus servicios durante largo tiempo. Hacen bien. Los que nos confundimos somos nosotros, que posteriormente no cumplimos lo que teníamos previsto. Es la idea de la inconsistencia temporal aplicada a nosotros mismos. Bueno es conocerla para ser conscientes de las dificultades que van a acompañar nuestros retos. En todo caso, también existe la inconsistencia temporal aplicada a la economía. Se da cuando dos agentes acuerdan un trato pero uno de los dos puede incumplir el acuerdo sin que ello le reporte una gran penalización. Para comprender la idea, valoremos tres niveles diferentes.

El primer nivel es teórico. Supongamos que una persona secuestra a otra y ambas intentan acordar un trato. La persona secuestrada le dice a su captor que si le libera no dirá su nombre y le pagará cierta cantidad de dinero. Una vez la persona capturada retorne a la libertad, puede no cumplir lo acordado. Sí, se arriesga a una represalia. Pero está mejor que antes y, además, a nivel jurídico el secuestrador no tiene mucho que exigir. Esa es la clave por la que se realizan los contratos de compra y venta: el ticket de compra suele ser la garantía que tenemos para saber que el vendedor cumplirá su trato.

Pasamos a otro nivel, hasta alcanzar el mercado del amor. Desde el punto de vista económico, este mercado tiene su oferta y su demanda. Las personas guapas o bien situadas socialmente tienden a juntarse entre sí (por cierto, con la crisis esta tendencia se ha acentuado). Por acudir a un estereotipo habitual, si vemos un hombre de 60 años desarrapado con una chica de 40 años muy atractiva, es difícil que el primero esté en ruina y sin trabajo y la mujer sea una empresaria de élite con millones en su cuenta bancaria. El amor es ciego, pero alguna miradita al bolsillo siempre echa. En el mercado del amor la inconsistencia temporal campa a sus anchas. Por seguir con estereotipos, el hombre puede prometer “salir menos” y la mujer “comprar con cabeza” cuanto estén casados que, una vez firmado el contrato matrimonial, no es tan difícil incumplir lo prometido. Excusas sobran.

El mercado del trabajo también tiene inconsistencia temporal. Está más regulado a nivel jurídico que el mercado del amor, pero las dos partes pueden fallar. El empresario puede solicitar horas extras por “imprevistos” y el trabajador puede estar enganchado al móvil y no esforzarse lo acordado. Desde el punto de vista económico, el mercado del amor y el del trabajo son muy parecidos (de hecho, las webs que se usan para buscar parejas o trabajo utilizan algoritmos muy semejantes).

Ahora toca llegar al tercer nivel. ¿Qué será, será? Bienvenidos al mercado de la política. Un mercado donde la inconsistencia temporal es gigantesca. El único mercado en el que se puede incumplir ¡todo lo prometido! Basta una frase: “Es la herencia recibida, yo no lo sabía”.

Pues bien, esto genera unos problemas sociales gravísimos. Debido a eso, la mentira es válida. El insulto es atractivo. Se puede tergiversar la realidad como se desee, ya que el relato y la apariencia es lo que cuenta, no los problemas reales que tenemos y cómo afrontarlos.

¿Existen opciones para arreglar este problema? Claro que sí: orientar salarios a resultados económicos penalizando los fracasos o testar mediante organismos independientes el número de mentiras realizados en conferencias de prensa serían posibilidades atractivas. Y es que es inconsistente que en uno de los mercados que más nos afecta haya tanta inconsistencia temporal.