HACE más de dos mil trescientos años (siglo III a.C.) que se viene hablando de estas clasificaciones monumentales consideradas la síntesis de la belleza y que a su vez remiten a Herodoto y a otros historiadores anteriores. Desde entonces viene la lista de los monumentos más representativos de las siete maravillas (siete, como sinónimo de lo mágico, bueno, perfecto, sagrado?), cuya enumeración data de la Edad Media. Excepto las pirámides de Gizéh, se han perdido todas a causa de la rapiña y las invasiones. Hasta Alejandro Magno fue capaz de destruir una de las más bellas, la espléndida tumba del rey Mausolo (de cuyo nombre se deriva el término mausoleo), construida a base de mármol blanco, con 140 metros de contorno y 50 de altura, columnatas y un techo piramidal coronado por el rey y su mujer Artemisa encima de una cuadriga.
Alguien pensó que ya era hora de realizar una revisión de esta exigua y anacrónica clasificación tan helenizada. Y lo que se impulsó fue la selección de las siete maravillas modernas, en las que se admitieron creaciones humanas construidas hasta el año 2000 pero con el tufillo de perseguir dudosos fines comerciales. El resultado se dio a conocer en una gran ceremonia celebrada en Lisboa en julio del año 2007: la Gran muralla china, Machu Picchu, el Taj Mahal, el Coliseo de Roma? Así podríamos seguir ante la cantidad de maravillas humanas y de la naturaleza que tenemos a nuestra disposición para el disfrute. Al menos durante el tiempo que durasen las valoraciones y la noticia de los resultados, sería un tiempo propicio para un poco de reflexión sobre las maravillas que nos rodean y sobre algo más preocupante, cual es la atrofia de nuestra sensibilidad. Porque estamos perdiendo ¡ay! la capacidad de admiración. Y eso solo puede ser visto como un grave síntoma.
Qué no decir entonces de esa otra lista de siete maravillas que ha caído en mis manos, aún más impresionante que cualquier obra realizada por la mano del hombre: 1) Poder ver. 2) Poder tocar. 3) Poder probar. 4) Poder sentir. 5) Poder crear. 6) Poder reír. 7) Poder amar. Le recomiendo a quien esté leyendo estas líneas que vuelva a leer la lista, despacio, tratando de interiorizar cada una de las siete capacidades que atesoramos por el hecho de ser humanos.
Son maravillas que la mayoría las valoramos por defecto, es decir, cuando faltan, mientras nos consumimos en comparaciones estériles perdiendo la capacidad de admiración ante lo mejor de la vida, la maravilla por excelencia, el ser humano, que no tiene parangón alguno con otras creaciones o paisajes gracias a que atesora las siete maravillas que acabamos de enumerar.
A nivel teórico, supongo que una mayoría estará de acuerdo con esta valoración de la persona. Pero hay que ver cómo nos tratamos: cualquier monumento protegido por la Unesco o uno cualquiera de los lienzos de Mondrian son valorados y protegidos con mejores cuidados que los que reciben dos terceras partes de la humanidad.
Hasta las consecuencias de dañar una obra de arte pueden ser mucho más graves que agredir a otro ser humano. No acaba de calarnos suficientemente que junto a los ochocientos mil millones de células que trabajan continuadamente en nuestro beneficio y en perfecta armonía, somos el único animal que puede hablar con inteligencia para calmar al iracundo, sacar una sonrisa al abatido y decir con todo el sentimiento: te amo.
Hemos magnificado las creaciones humanas, hemos pisado la luna, buscamos vivir en Marte, conocemos bien el átomo y nos sentimos el centro del universo cuando atisbamos lo que hay detrás del genoma humano. Con todo, un gran número de personas como nosotros se mueren de inanición o de enfermedades erradicadas hace tiempo entre nosotros, a poco más de dos horas de avión. Por ciento, bien cerca de las pirámides de Egipto y de otros maravillosos monumentos admirados generación tras generación.