Nada es gratis
¿Tiene sentido que los impuestos de un ciudadano alemán, o de uno de Albacete, se destinen a salvar bancos de un paraíso fiscal, donde casi no se pagan impuestos y se refugia dinero de dudoso origen? La respuesta es clara: no
LA gestión del rescate de Chipre nos ha dejado a todos estupefactos. No era sencillo hacerlo tan mal. Un fin de semana nos despertamos con un nuevo tipo de rescate de un país con problemas de la zona euro sin tener, ni mucho menos, todo atado. La agonía, más que incertidumbre, se ha prolongado demasiado tiempo creando, de nuevo, la duda más que razonable sobre la capacidad de decisión de la eurozona. No es que falten (o no solo) elementos de integración política y fiscal sino que la eurozona parece un barco a la deriva sin mando ni tripulación. Cada vez que se reúnen los ministros de economía o los primeros ministros de la eurozona damos varios pasos hacia atrás? o adelante hacia el abismo. Y esta vez las decisiones fueron adornadas, además, por un presidente del Banco Central Europeo con prisas para acudir a un compromiso familiar y un presidente de la eurozona que ante la metedura de pata alegó problemas con su inglés. No hay guionista de sitcom con imaginación suficiente para recrear sainete similar. La realidad supera, lamentablemente, a la ficción.
Pero si apartamos -que no olvidamos, porque esto no puede quedar así- las pésimas formas de todo lo que rodea al rescate de Chipre, el fondo del mismo también merece la pena ser analizado. Cuando se inició esta crisis, hace ahora seis años, seis, vivíamos en una sociedad dicen que opulenta y aunque ahora nos parezca imposible, el dolor era ajeno a la mayoría. En ese plácido entorno los gobiernos se afanaron en buscar medidas para paliar los problemas en lugar de solucionarlos, fiándolo todo a que el tiempo lo curase todo. La enfermedad del sistema fue creciendo mientras se suministraban aspirinas y antipiréticos como única medicina.
La confianza es fundamental para mantener el sistema financiero y la fuga de depósitos es la manera más segura de tumbar un banco. El Fondo de Garantía de Depósitos (FGD), un colchón rellenado por las entidades financieras, sobre todo, para dar tranquilidad a los depositantes, garantizaba a comienzo de la crisis 20.000 euros por persona y entidad. Tras la quiebra de Lehman Brothers, señal inequívoca de la dureza de la crisis, se elevó la cantidad protegida en toda Europa a 100.000 euros con el único propósito de reforzar la tranquilidad y confianza. Pero así como el FGD es un fondo nutrido con aportaciones periódicas, esta seguridad solo fue una declaración política.
La teoría dice que en caso de quiebra de una entidad financiera pierden accionistas, bonistas, trabajadores y depositantes. Pero la extensión de la crisis financiera hizo que el gobierno optase por rescatar a las entidades en lugar de dejarlas quebrar. El problema no estaba centrado en una o dos entidades, sino en bastantes más (las nacionalizadas CCM, CAM, Banco de Valencia, Banco Gallego, Catalunya Caixa, NCG, Bankia?y otras absorbidas con mayor o menor discreción por entidades sanas sin haber pasado por la nacionalización previa). Y ante la posibilidad del colapso de todo el sistema por la extensión de la falta de confianza, el gobierno, al igual que los gobiernos de todo el mundo, optó por contaminar las cuentas públicas usando dinero público para rescatar entidades financieras.
Cuando tratamos de salvar a alguien de morir ahogado hemos de medir nuestras fuerzas. Varios Estados eran, son, más débiles que sus maltrechos bancos y tratar de salvarlos ha arrastrado sus cuentas públicas a la bancarrota. Islandia, Irlanda y ahora Chipre son ejemplo de países quebrados por tratar de salvar a sus bancos. Islandia, donde la suma de los activos de sus bancos era 11 veces su Producto Interior Bruto, decidió romper con el resto del mundo. Dejó quebrar los bancos protegiendo solo a los depositantes islandeses. Quedó mal con tenedores de bonos y depositantes extranjeros, devaluó su moneda (no estaba dentro del euro) y salió del bache con una receta más bien tradicional, lo que siempre han hecho los países quebrados. Irlanda, dentro del euro y donde los activos de los bancos sumaban 7 veces su PIB, fue rescatada, de una manera razonablemente correcta, por la Unión Europea tras alcanzar un déficit del 35% por el hercúleo esfuerzo de rescatar sus bancos. Y Chipre, donde la suma de activos de los bancos suma más de 7 veces su PIB, requiere un rescate superior a su PIB y cuenta con la salvedad que se trata de un pseudo paraíso fiscal, puerta de entrada en la zona euro de capitales rusos de origen en el mejor de los casos opaco. Tres islas quebradas, tres soluciones diferentes.
Chipre en realidad trae, de nuevo, el riesgo moral al centro del análisis. ¿Tiene sentido que los impuestos de un ciudadano alemán (o de uno de Albacete) se destinen a salvar bancos de un paraíso fiscal, donde casi no se pagan impuestos y se refugia dinero de dudoso origen? La respuesta es clara: no, que quiebren esos bancos y espabilen sus accionistas, tenedores de bonos y depositantes. Pero en lugar de explicar las cosas tal y como son se ha mezclado el derecho de los europeos a la protección de sus ahorros con el rescate imposible de un pequeño y singular país. Es más, ¿tiene sentido que un país que vive en buena medida de ser un paraíso fiscal entrase en el euro en 2008? Tampoco, pero las decisiones políticas tiñen todo y se consideró positivo europeizar al máximo un país que, no lo olvidemos, tiene históricas tensiones entre sus ciudadanos de cultura turca y griega, entre el islam y occidente.
Tras Chipre vendrá Malta, activos de los bancos 7,9 veces su PIB, y ¿Luxemburgo? Es uno de los fundadores de la Unión, pero sus activos bancarios suman 21,7 veces su PIB y es paraíso fiscal donde duerme el dinero opaco de franceses y alemanes, lo cual le hace especial porque no todos los evasores son iguales. Así como se descuenta la caída de Malta, otra gran potencia integrada en la eurozona también en 2008, todo el mundo reza para que no sea necesario rescatar a Luxemburgo porque en ese caso el virus habría llegado al corazón de la eurozona. Y 21,7 veces el PIB son insalvables, por lo que tendrán que dejarse quebrar los bancos, con pérdida de depósitos incluida.
El caso español es diferente? de verdad. La suma de los activos de nuestros bancos es de 3,3 veces nuestro PIB, algo por debajo de la media europea, 3,5 veces, y alineado con Alemania, 3,1 veces. A pesar de la golfería fiscal que nos rodea, no somos un paraíso fiscal, más bien al contrario, las cada vez más confiscatorias cargas nos convierten en algo más cercano al infierno que al paraíso. Por eso nuestro rescate bancario ha sido light? aunque no para todo el mundo.
Los depositantes no han sufrido, ni sufrirán, pero sí lo han hecho, y cómo, accionistas, tenedores de deuda subordinada y preferentes y empleados. El rescate de las entidades con problemas lo han pagado las entidades sanas que han absorbido otras con problemas, los accionistas de entidades nacionalizadas perdiéndolo todo, preferentistas perdiendo casi todo, muchos empleados perdiendo su puesto de trabajo y, por supuesto, el resto de ciudadanos mediante excesivos impuestos y recortes a nuestro moribundo estado del bienestar.
La reestructuración de nuestro sistema financiero está más que encarrilada, los balances de nuestras entidades financieras ya están razonablemente saneados y, desde luego, mucho más que la gran mayoría de entidades europeas? o mundiales. De lo que debemos preocuparnos no es ya del rescate de los bancos o de la economía española en su conjunto, que en realidad ya se ha producido, sino del necesario despegue de la economía real. Mientras no lo haga no acabarán nuestros problemas.