CORREN malos tiempos para la lírica. Un dicho hartamente repetido últimamente. Pero en estos momentos en los que parece que satisfacer a los mercados financieros es lo prioritario, CCOO de Euskadi quiere poner el acento nuevamente en un debate que corre el riesgo de perecer atropellado en la vorágine mediática.
No es la primera vez, ni será la última, que hablamos de las enfermedades profesionales. En esta ocasión nos vamos a centrar en los efectos de la declaración, o mejor dicho, de la no declaración, de una enfermedad profesional en la jubilación y su correspondiente pensión. La mayoría de las personas mayores piensa equivocadamente, que tras los 65 años, es decir, una vez jubilados, no procede reclamación de mejora alguna de su pensión, fruto del reconocimiento de una enfermedad profesional. Por el contrario, CCOO Euskadi lleva tiempo consiguiendo numerosas mejoras en la cuantía de las pensiones de muchas de estas personas.
Mientras desarrollamos nuestra actividad laboral, en demasiadas ocasiones no somos conscientes de las consecuencias del ruido, de los excesos en el movimiento de cargas, sobreesfuerzos, de las sustancias tóxicas (como disolventes, ambientes pulvígenos?). Cuando llega la jubilación o vejez tomamos conciencia de las limitaciones que nos han quedado, como la pérdida auditiva que nos aísla en el entorno familiar o con los amigos, el dolor de brazos o espalda, y preocupados observamos a los compañeros de trabajo que fallecen por cáncer de pleura, pulmón o vejiga, como si de un fatalismo se tratase, ignorando causas y derechos que nos pertenecen.
Las diferencias en la esperanza de vida entre las clases, entre las profesiones, son evidentes. Cuando los profesionales sanitarios preguntan al enfermo exclusivamente por sus hábitos de vida y consumo ignoran la vida laboral, que ha ocupado una parte importante de nuestra vida, y consciente o inconscientemente tratan de exculpar a un sistema explotador y a la desigualdad social, trasladando la culpa al propio enfermo. "¿Fumas? ¿Bebes? ¿Haces ejercicio?", esas son las preguntas que trasladan al paciente. ¿Por qué no se incluye también "¿en qué tipo de ambiente has desarrollado tu actividad laboral? ¿Era un ambiente con exposición a ruido, a polvo, a amianto?".
A diferencia del accidente de trabajo, las enfermedades profesionales no se producen instantáneamente. Algunas, como el cáncer, la silicosis, la asbestosis?, aparecen décadas mas tarde de la exposición laboral, favoreciendo su invisibilidad. Mientras en Alemania el 14% de los cánceres se reconocen como enfermedad profesional, aquí rondamos el 0,5% con la misma legislación.
Con la aprobación del RD 1299/2006 sobre el nuevo sistema de declaración de enfermedades profesionales, algunos pensaron que estas aflorarían automáticamente, olvidando que su gestión y pago pasaba a las Mutuas, entidades experimentadas en ahorrar a la hora de pagar a los trabajadores y especialistas en lavar las responsabilidades de los empresarios. Hoy más que nunca, hay que reforzar la acción sindical para visualizarlas, sin esperar que otros las reconozcan, porque de ello depende la calidad de la prevención de los riesgos laborales.
Por otro lado, el reconocimiento de las enfermedades profesionales, mejora la gestión económica de Osakidetza al verse obligadas las Mutuas a correr con dichos gastos sanitarios. Sin olvidar que su reconocimiento beneficia las prestaciones económicas del enfermo y su familia y pone al descubierto los déficits preventivos de las empresas. Reclamar la reparación del daño generado a los enfermos ayuda a mejorar la prevención y protección de la salud, es una tarea que la vejez no puede paralizar.