La calamidad en forma de memorias
TODO el mundo tiene derecho a lavar su imagen, o al menos a intentarlo. George Bush no ha sido la excepción y ahora se apresta a publicar sus memorias para reivindicarse aprovechando el tirón de la victoria parcial de los republicanos, muy necesitados ellos de limpiar su imagen para ganar en 2012.
Sin todavía estar el libro (Decision Points) en la calle, Bush aseguraba que la información obtenida en Guantánamo a los presos mediante tortura o "técnicas de interrogación avanzadas", ayudaron a evitar ataques terroristas y salvar vidas. Pocas veces hemos escuchado tan claramente que el fin justifica los medios. Y menos aún cuando ni siquiera se logró el fin al no existir las pretendidas armas químicas de destrucción masiva, y limitarse los medios a matanzas y torturas que recrudecieron infinidad de odios larvados.
Guantánamo fue el postre de una cadena de horrores en Irak por intereses codiciosos que han quedado impunes. Como impunes siguen y fuera de todo peligro de condena, Dick Cheney y Donald Runsfeld, dos personajes que tendrían que haber escrito más de un capítulo de este libro, como coautores, pero desde la cárcel.
No sé qué tienen estos liberales ultraortodoxos, que logran tantos seguidores a su idea de libertad interesada; no hay libertad verdadera sin responsabilidad, pero a ellos no les importa. Son los paladines del peor liberalismo económico, y de muchas otras inmoralidades que por aquí cerca tienen su peña, de la mano de Esperanza Aguirre o José María Aznar, entre otros. Pero si lo miramos bien, George Bush atesora algunos hitos que su libro difícilmente logrará voltear.
No es fácil atacar Irak como lo hizo, y lograr una sensibilización mundial a favor de los invadidos. Tiene mucho mérito que lo de Guantánamo, sin control judicial alguno, y las torturas infringidas en la cárcel de Bagdad, lograsen desempolvar el sentimiento por los derechos humanos en muchas conciencias que nunca antes habían sentido semejante conmiseración por un pueblo como el iraquí.
Pero no fue menor mérito abrir los ojos al 80% de los que votaron en Nueva York, es decir, a los que no le dieron su confianza como sufridores del 11-S. Tampoco había tantos ecologistas cuando a Bush se le ocurrió el remedio contra los incendios forestales consistente en talar árboles en masa para solucionar el problema; y en cuanto se difundió su idea, la conciencia ecológica ha crecido en todo el planeta.
Hasta los más condescendientes con el gasto militar, se alarmaron por el descalabro presupuestario que supuso la guerra de Irak, compensado con paupérrimas partidas sociales. De seguir tensando la cuerda presupuestaria, es posible que hubiese logrado una rebelión pacifista, que fue impedida por la llegada al poder de los demócratas. Al menos logró la movilización de los cantantes, los artistas del cine y algún pensador todavía minoritario en campaña por un Estados Unidos más solidario y justo.
Incluso tuvo el mérito de refrescar, por reacción a su fundamentalismo, la cara más fraterna y liberadora del Evangelio, cosa de agradecer entre tanta excrecencia. Solo le faltó el Premio Nobel de la Paz, que ya lograse Henry Kissinger, a pesar de lo que se esforzó el hombre en prolongar artificialmente la guerra de Vietnam y en implantar todas las dictaduras latinoamericanas menos la cubana, claro.
A donde quiero llegar es que todo esto no pasó del todo, porque muchos están con ganas de hacer lo mismo, o peor, y están intentando acumular el poder suficiente para volver a intentarlo donde puedan. Y siempre en nombre de la democracia, la moral y las buenas costumbres.