El Día Mundial del Patrimonio Audiovisual
LA Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), celebró el pasado 27 de octubre el Día Mundial del Patrimonio Audiovisual. Se trata de un esfuerzo por favorecer la conservación del patrimonio audiovisual mundial, sensibilizando al público en general sobre las extraordinarias características de este tipo de bienes culturales (películas, documentos de televisión o radio, grabaciones sonoras o en vídeo?). A partir del siglo XX, la humanidad ha contado con nuevos instrumentos que han ofrecido valiosos testimonios del desarrollo económico, político y social. Su importancia ha de estar fuera de toda duda y su conservación favorece la libertad de opinión y expresión, el derecho a la información, el conocimiento mutuo entre culturas diferentes y, en último extremo y por tanto, puede fomentar la cooperación internacional y la paz. Si conviene lanzar este grito de alarma acerca de la salvaguarda de este tipo de materiales es porque a menudo han sido menospreciados, abandonados y, en el peor de los casos, destruidos deliberadamente.
La Filmoteca Vasca es desde 1978 la primera de las llamadas autonómicas en poner manos a la obra para la investigación, recuperación, archivo, conservación, restauración y exhibición, principalmente del patrimonio cinematográfico y audiovisual vasco. La industria cinematográfica de nuestro país nunca se ha caracterizado por una destacada pujanza económica o por una sobresaliente difusión internacional, cosa que sin duda ha perjudicado la conservación de películas. Algunas, sobre todo del período mudo, se han perdido para siempre y otras se encuentran todavía desaparecidas. Las que conservamos, no obstante, forman parte de lo mejor de nuestro arte y son un legado sin par. Y, desde luego, son nuestra historia. Como ya advirtió Marc Ferro, las películas son historia aunque no sean históricas puesto que las creencias, sentimientos e intenciones que refleja el cine también son historia. Y al tratarse además de obras estéticas, pueden perdurar más que las obras estrictamente históricas, de modo que, por poner un único ejemplo, Nafarroako ikazkinak (1981) y Tasio (1984), de Montxo Armendáriz, nos enseñan y enseñarán a las generaciones futuras mucho sobre determinadas formas de vida rural ya prácticamente desaparecidas en nuestro país.
Los retos de futuro que se plantean en el País Vasco en este campo son numerosos y trascendentes. Los procesos de digitalización son obligatorios porque a la perdurabilidad anteriormente señalada hay que añadir su reverso tenebroso: la extrema vulnerabilidad a la que están sometidos los formatos en los que el cine y los materiales audiovisuales se han conservado.
El riesgo para muchos documentos, a veces únicos, es real cuando el formato en el que han quedado registrados puede deteriorarse o incluso desaparecer sin que para ello hayan de sufrir accidente alguno: es el simple paso del tiempo el que corre en nuestra contra. Puede ser el caso de archivos audiovisuales como los de nuestras televisiones públicas, que contienen miles de horas de emisiones. Y, por supuesto, es el de películas en formatos químicos que son y serán bellos ejemplos de nuestra cultura y fuentes extraordinarias de nuestra historia. Su digitalización, en este mundo de omnipresencia audiovisual, no sólo las preserva sino que las hace más accesibles a investigadores y público en general.
Henri Langlois, cofundador de la Cinémathèque Française el mismo año en que aquí estallaba la Guerra Civil, defendía también la idea de mostrar las películas guardadas y no esconder lo que se conservaba: el modelo de exhumación frente al de inhumación. Se trata de conservar para tratar de devolver cuanto antes a la sociedad nuestros tesoros. Todo esto cuesta dinero. La cultura es cara, cierto, y puede que lo parezca más en tiempos de crisis; pero la que al final sale carísima es la ignorancia.