EN el último debate económico, el portavoz de ERC le recordó al presidente del Gobierno español, José Luís Rodríguez Zapatero, la forma como se le conoce en Catalunya. Como un cocodrilo. Boca muy grande y orejas muy pequeñas. Hablar mucho y escuchar poco. Más o menos como Patxi López. Frente a Cocodrilo Dundee, que se dedicaba a cazarlos, Zapatero se dedica a ser como ellos. Con un aditamento. Esa boca grande tiene una gran voracidad y se come todo lo que se le pone por delante. Me parece un buen símil. Mucho mejor que aquella cursilada de Bambi, que indudablemente no es.

En el Senado, el pasado 9 de febrero, Pío García Escudero, portavoz del PP, con objeto de descolocar al jefe del Ejecutivo español, le recordó a la cara cómo le define otro socialista. Seis años de gobierno zapateril que Leguina describe como un cóctel a base de un toque progre, cuarto y mitad de feminismo radical, otro tanto de retórica ecologista, rodajas de buenismo, caso de anticlericalismo y esencia de memoria histórica. Seis años perdidos.

Otro socialista, Joaquín Almunia, antiguo secretario general del PSOE, y hoy comisario de la Competencia, coloca a España, gracias a Zapatero, en la segunda división europea. Y lo dice alguien que sabe de lo que está hablando. Ciento treinta mil nuevos parados en enero, 275.000 cotizantes menos a la Seguridad Social, ochocientos mil parados que a pesar de lo que dice Zapatero se van a quedar sin prestación en los próximos meses, un déficit del 11,4% en 2009... Se encienden las alarmas en todos los mercados internacionales, cae la Bolsa y no viene Obama en mayo a pesar del anuncio jubiloso hecho por Moratinos.

Porque Obama está en lo suyo. Ha sido capaz de abordar la reforma sanitaria y poco a poco la sacará adelante. En contraste, desde hace tres años, el Banco de España, el Fondo Monetario Internacional, todos los organismos estatales e internacionales, todos, le decían a Zapatero que tenía que hacer reformas, que había que preparar el futuro pues la economía española se sostenía en pies de barro aunque la crisis financiera fuese internacional. Zapatero, como primera e infantil medida, ordenó negar e incluso pronunciar la palabra crisis. Todo un rasgo de personalidad: la soberbia.

De catorce subió a diecisiete ministerios. De dos vicepresidencias a tres. De diseñar una presidencia semestral europea austera a tirar la casa por la ventana, de reírse de Berlusconi y Sarkozy a no ser ni llamado a las reuniones de Merkel y Sarkozy sobre Grecia. De no subir impuestos a anunciar hacerlo junto a bajar las pensiones y subir la edad de jubilación. Zapatero es, en esta hora menguante, un político sin ninguna credibilidad, un cantamañanas descubierto en su juego de manos con el cubilete, un hombre sin peso ni seriedad. Lo demostró con el proceso de paz, lo demostró con la aprobación del Estatut de Catalunya, lo demostró con nosotros, lo está demostrando en relación con la crisis.

Sentado en su escaño ha tenido que escuchar del PP la receta para salir de la crisis: liderazgo fuerte, espíritu de sacrificio colectivo, cohesión de equipos, mano firme para dirigir las reformas, hablar claro a los ciudadanos, explicarles con datos cuál es la verdadera situación, anunciarles las dificultades y los sacrificios que hay que hacer para salir de la crisis, cosa que Zapatero no hace. Se limita a ir ganando tiempo, organizar eventos con fuegos artificiales, viajar a Europa y ahora inventarse una ronda negociadora para al final apelar a los dos demonios de algunos españoles: PNV y CiU. Los dos salvavidas. Los dos partidos a los que ha sacado del poder en Catalunya y Euzkadi.

Decía un columnista madrileño que, visto lo visto, lo único presentable que tenía Zapatero es su chasis y su sonrisa. "El discurso de Llamazares es más consistente y sólido pero Llamazares tiene cara de pobre. Si Zapatero tuviera el aspecto físico de Llamazares hace años estaría cultivando malvas políticas, pero en esta estúpida sociedad del espectáculo, se necesita gente inconsistente como Zapatero para que en la escena se vista la obra de teatro".

Conozco a Zapatero desde junio de 1986. Era discreto, trabajador, buena gente, solidario en los momentos de mayor dureza de Aznar. Cuando pactó con él nos dijo: "Me toca cerrar ahora la puerta, pero la abriré cuando sea presidente. Y siempre nos quedará una ventana". Y nos anuncia enfático la devolución del edificio de la Avenue Marceau en debate europeo y dejando constancia en el Diario de Sesiones. Hasta hoy. Implacable con aquel que le puede hacer sombra dentro de su partido, asesino político de todos los que le han ayudado, incapaz de agradecer nada a los que le auparon, su boca de cocodrilo desgarra y tritura a quien le conoce. Pero se olvida de que quien a hierro mata, a hierro muere. Acaba de salir un libro bastante ilustrativo sobre la personalidad de Zapatero. Lo ha escrito José García Abad. Se titula El Maquiavelo de León. El título es elocuente. Sergio Colado, en El Plural, lo resume: "¿Cómo es la persona que se encuentra detrás del presidente del Gobierno? ¿Cómo ha influido su personalidad en una carrera política que le ha llevado hasta La Moncloa y de qué manera determina ahora la gestión humana de su cargo, por ejemplo, en la elección de ministros y su relación con ellos? José García Abad ha construido un perfil de Zapatero en El Maquiavelo de León que está alejado de la imagen de ingenuidad y bonhomía para dar paso a otra que muestra a un animal político, habilidoso en el pacto, controlador, personalista, obsesionado con la imagen y de marcado carácter mesiánico".

"No es un juicio ni un análisis político", explicaba García Abad en la presentación a los medios de la obra con la que ha intentado "saber cómo es Zapatero" y adentrarse en su personalidad. El perfil lo ha trazado a partir de 32 testimonios extraídos de su entorno afectivo, político y también del círculo de empresarios de su confianza. Por la obra desfilan así las imágenes que de Zapatero tienen desde los políticos que guiaron sus primeros pasos políticos en Castilla y León (los Juan José Laborda, Jesús Quijano o Demetrio Madrid) hasta quien perdiera las elecciones a la secretaría general frente a él, José Bono, así como Miguel Sebastián, uno de sus amigos declarados en el Ejecutivo, o Jordi Sevilla, uno de los hombres que integró el grupo de Nueva Vía con el que accedió a Ferraz pero que se vio desplazado finalmente de su círculo de confianza. Tampoco faltan testimonios de algunos de los empresarios con los que ha mantenido una relación más estrecha, como Luis del Rivero o José Entrecanales. En realidad, es difícil desligar en Zapatero al hombre público del privado, y es que es político a tiempo completo, como recoge uno de los testimonios de la obra, el de Óscar Campillo, su primer biógrafo: "A él no le cansa la política, lo que le fatiga es pasarse dos horas en la piscina con la familia".

Algunos de esos rasgos son apuntados por García Abad: "Frío, hipotenso, amable en las formas pero políticamente implacable, jamás dice que no, deja ver su enfado con silencios, posee una gran habilidad para pactar, en ocasiones con los que hasta entonces eran sus enemigos". Concluye también que "no tiene una visión elaborada, está obsesionado con la imagen, es un gran cosechador de votos gracias a su sensibilidad, es un político posmoderno, donde la ideología no es lo prioritario, aunque en eso no es una excepción". En esa línea se encuentra la cercanía del presidente a lo que el autor define como "democracia instantánea", la adaptabilidad al momento y la flexibilidad, lo que tiene aspectos positivos como que "rectifica bastante bien y sale airoso de sus propios errores". En cuanto a su forma de entender la izquierda, remite a la opinión de Bono de que Zapatero es más un "socialista emocional" que otra cosa.

En cuanto a la gestión de Ejecutivo, las fuentes del libro inciden en esa imagen de un presidente controlador, poco dado a delegar y que a veces ningunea a sus ministros, que son los últimos en enterarse de algunas medidas que competen a sus propias carteras. García Abad apunta en el debe del presidente especialmente el incumplimiento de su promesa de renovación de su partido: "Se distanció de la vieja guardia pero no era su objetivo y no fue así, de hecho sus vicepresidentes son sexagenarios; a los que ha apartado son a los de su generación, en los que ve peligro". En este sentido, recuerda que los últimos promocionados son jóvenes que al hecho de deberle lo que son se suma que tampoco disponen de la experiencia y el peso político necesario para hacerle sombra.

En resumen y como decían de Richard Nixon, Yo a éste Maquiavelo de León no le compraría un coche usado.