Cuando muere un escritor de la talla de Mario Vargas Llosa lo mejor es quedarnos con su obra, con la calidad de sus novelas y la lucidez literaria de sus ensayos. Con los libros inolvidables como Conversaciones en la Catedral, la Ciudad de los Perros o La Fiesta del Chivo que tantos recuerdos nos transmiten de nuestra juventud. Con esas visitas realizadas a Bilbao, una ciudad con la que el Nobel mantuvo una gran relación y de la que disfrutaba de su cultura: el Guggenheim, el Bellas Artes, la ABAO, la Sociedad Bilbaina... Vargas Llosa ha muerto después de una vida plagada de éxitos literarios… y de polémicas: su matrimonio con su tía Julia cuando tenía 19 años; el puñetazo que le asestó a García Márquez cuando este se acercó a saludarle; su comparación del feminismo como “el más resuelto enemigo de la literatura”, al que comparó con el fascismo y el comunismo; sus ataques contra el catalán… En los últimos años, se vio envuelto también en el escándalo menos pensado, al iniciar una relación con Isabel Preysler, por quien abandonó a la madre de sus hijos. El escándalo se repitió al terminar el romance, cuando regresó con su exmujer. La figura del hispanoperuano se ha visto envuelta siempre de una admiración literaria generalizada y, a la par, de una decepción político social. Pero no se debería juzgar la obra por el autor. Sería empobrecerse. En este sentido, se ha ido uno de los grandes escritores.
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