Ha tenido que volver a malmeter Donald Trump para que fluya hacia arriba, hasta la cocina de las políticas públicas, lo que ya sabíamos los que caminamos todos los días por la calle, la ciudadanía de a pie: lo del coche eléctrico nos pilla todavía muy lejos. Así que, en cuanto han movido el árbol y no ha sido ni mucho menos un terremoto, el Gobierno vasco ha aprobado la semana pasada una línea de ayudas que también incluye a los vehículos de combustión, algo que reclamaba desde hace años el sector de la automoción. Además de la falta de una infraestructura de recarga adecuada, la industria europea tampoco parece estar preparada para el reto y el consumidor percibe la cuestión como algo ajeno, viéndolo desde la barrera. Bruselas, por su parte, admitió a principios de este mes la posibilidad de flexibilizar el calendario de descarbonización de la economía. Hace unas semanas un directivo de una empresa energética vasca, que es un máquina en lo suyo pero que por edad ya tenía que estar jubilado, nos explicó a un grupo de periodistas lo que está haciendo su compañía en el capítulo de la transición energética. Hay dos fechas clave, al menos hasta ahora, 2035, el año en el que dejarán de fabricarse vehículos de combustión en Europa. Y 2050, límite para alcanzar el objetivo de emisiones cero de CO2. Queda todo tan lejos que a saber si llegamos a verlo y, sobre todo, si se cumplen los hitos.
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