La vida se asemeja al resultado de consultar en el iPhone qué tiempo hace: que te marca nubes y claros, y en cuanto abres la puerta del portal ves caer chuzos de punta y te preguntas quién demonios se esconde tras esa pantalla de marras, al que le importamos poco aquellos que organizamos cartesianamente los acontecimientos, comúnmente llamados previsores. En verdad, a la existencia casi hasta le molestamos, siendo un número más del cartón de su bingo y tratándonos como un enfermo más de la sanidad pública. Lo cuenta y canta Rigoberta Bandini en Si muriera mañana, cuestionándose cómo afrontaría ese último día e invitando a pensar en qué cambiaría todo después sin nuestra presencia. En cuanto a lo segundo, les adelantó que en nada, más allá de un par de lágrimas y algún recuerdo efímero en situaciones puntuales. Respecto a su primer planteamiento, no puede expresar una reflexión más lúcida: Llamaría a ese amigo que hace años que ocupa un espacio en mi mente y haríamos una cerveza. No por el hecho de realizar esa acción sino porque no lo hacemos aún sabiendo que quién sabe si, de verdad, el tiempo, el cronológico, se agota a la vuelta de la esquina mientras la rutina te obliga a posicionarte siempre en bandos porque parece que en ello van las alubias. Si fuera su personaje, que no es el caso, le gritaría a Dios con desprecio y seguiría su consejo: abrácense a la vida. Tampoco un Android te puede asegurar que la lluvia escampe.
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