Caraduras y golfos, sinónimos de sinvergüenzas, crecen y se enroscan y envuelven como las zarzas, sin distinción de alcurnia o apellido; los hay de aquí y de allá, a las puertas de puticlubes, bajo el cutre farol, o en la penumbra de sus adentros igual que a pleno led de lámpara de diseño en salones de consejo de renombradas empresas; Garcías arrimateos al gobernante de turno, pasilleros en Ferraz 70 y Correas que conectan oficinas de Génova 13; también okupas de antedespachos de uno y otro signo en la calle Nuevos Ministerios; de hecho, los ha habido siempre, en el año 1500, cuando los católicos, que ya se dictaba a “asistentes, gobernadores y corregidores que los maravedís de los propios solamente se gasten en cosa de provecho común”; en el siglo XVII, alrededor de la mano derecha de Felipe IV, su valido el conde duque de Olivares; y esta misma semana del brazo diestro de Felipe VI en la capilla de San Jorge del Castillo de Windsor. Trinconetes de alta estofa y tapadillos de gran estafa que se ayuntan con el poder hasta convertirlo en placa de Petri donde, como microorganismos de ambición y codicia que son, hacen germinar en la podredumbre de lo privado la putrefacción de lo público. Más de cien casos están documentados solo en los veinte últimos años. Por cierto, hubo un tiempo en que las limpiezas del trigo o la cebada separando granzones y paja gruesa se conocían como abaleos.