A unos científicos australianos les ha salido la albóndiga del siglo. La han confeccionado con carne cultivada con el ADN de un mamut lanoso y extinto. Nos hablan de su profunda importancia para el futuro sostenible y contiene trazas genéticas de elefante africano ya que, al parecer, con el del mamut del Pleistoceno quedaba corto de sal. El caso es que la albóndiga, grande como una Whooper XXXL, no se puede comer. El invento es rompedor y con truco porque no es apta para el consumo pero sirve para concienciar sobre la ecología. Y ahora que triunfa el veganismo, llega la carne cultivada de la Edad de Hielo que, salvo para comer, quiere ser un arma de destrucción masiva de humanos carnívoros de animales reales. Resucitar un mamut para hacer una albóndiga es de muy mal gusto y un tontuno gasto de dinero por puro marketing. Que así no se sacrifique a otros animales tampoco es la mejor forma de potenciar la conversión de los veganos y la transición de los amantes de los chuletones a los asados de especies secuenciadas. El prototipo, que se asemeja a una redondísima bola de mierda, es simbólico porque desconocemos la reacción de la proteína animal de hace 4.000 años. Vaca vieja. Y sintética, o sea, del futuro. Como la lejía, que fue la pionera de las distopías en las cocinas antes de las albóndigas reconstruidas para terminar con la agricultura a gran escala. Por mi parte, la delicatessen se la pueden dar a probar al ChatGPT. Y que aproveche. l

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