SE vio Sánchez con Feijóo y los dos se medían a un enemigo formidable. El primero con una crisis de gobierno a cuestas y con la hoja de servicios de la supervivencia que le ha servido más que la muleta de Unidas Podemos o los paseos por la UE. Ante sí, un animal de la escena institucional con cuatro mayorías absolutas y dueño y señor de los latifundios de Génova donde han vuelto a aparecer las caras de Bélmez en formas de condenas por la trama Gürtel. Al mirlo blanco del PP le resuenan las cacofonías de Correa y la Audiencia Nacional y, tal y como le pasó a Casado, el pasado de su partido insiste con él, sin mácula y con la vitola de mejor alcalde de toda Galicia. Así empezó el desquicie de Casado y mira cómo terminó, con los ojos fuera a base de cuervos que un día le manteaban y otro le enseñaron el poder del puntapié. En Feijóo se han depositado tantas esperanzas y durante tanto tiempo que es como si al partido de la gaviota nada malo pudiera pasarle ahora, salvo otra vez las piezas de la Gürtel, que se manifiestan como los fantasmas de Los Otros en el despacho. La cultura del pacto podría instalarse ahora frente al difícil permiso del socio y los titubeos de su antecesor, que empezó como un presidente de transición y terminó transicionando a la nada. A lo de Feijóo como fenómeno le queda camino en la villa y corte empezando por la renovación de del CGPJ. Demasiados debes para un solo hombre, desde los históricos pufos a los bloqueos o la gestión ultra. Lejos de Monte Pío, va a hacer falta más que galleguismo.

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