ACE solo dos meses que rompió el maleficio y se erigió en la primera local en conquistar el Open de Australia desde que Chris O’Neil lo hiciera en 1978, ratificando así su absoluto dominio en el trepidante y convulso circuito femenino. Ashleigh Barty, orgullo aborigen y al frente del ranking de la WTA los últimos tres años con registros históricos, ha decidido colgar la raqueta a sus 25 años, agotada física y emocionalmente. Algo sucede en la élite del deporte cuando rutilantes y consolidadas estrellas, como Naomi Osaka o Simon Biles, apuntan al mismo problema: la salud mental. Party Barty, apelativo con el que la jalean sus fans, la niña de la eterna sonrisa, se ha manejado en la sombra: rara vez ha concedido entrevistas, ha huido de una gran proyección mediática y nunca ha metido ruido en la jungla de las redes sociales. Su única red estaba en la pista y se ha cansado de retarla. Respetada por sus rivales con una unanimidad fuera de lo común, dice basta con una sinceridad digna de aplauso en este mundo donde la honestidad individual en nuestras acciones se cotiza, y se paga, muy cara. “Somos afortunados, ganamos mucho dinero y debemos estar preparados”, razonaba Rafa Nadal, otra leyenda. Sí, pero como Barty siempre ha señalado, “el lugar donde elegiría estar es en casa con mi familia”. Es más fuerte y rezuma inteligencia quien reconoce que no puede llegar a todo y pide ayuda. Aunque a muchos nos deje huérfanos de fiesta.

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