L corazón del que suscribe se parte en dos cada vez que suena la melodía de los ajustes laborales en la banca. Los acordes evocan la banda sonora de El padrino: se sabe que los Corleone no son trigo limpio, pero no es sencillo determinar quién es el bueno y el malo de la historia. Basta con gastar suela en la calle para ver situaciones más dramáticas y personal más desprotegido. Y, sin embargo, si se suman los recortes de plantilla confirmados esta semana por Caixabank y BBVA al reguero de despidos anunciados por otras entidades financieras los últimos meses, aunque se trate de bajas incentivadas y mejor pagadas que la media del mercado, asusta saber que el sector se va a cargar a casi 20.000 empleados y un porrón y tres cuartos de sucursales bancarias. La digitalización ha generado un nuevo entorno y es inevitable avanzar en ese camino, pero se lanzan mensajes que afilan la simpatía por el trabajador despedido, se lleve el dinero que sea en el bolsillo, y tejen complicidad con los clientes a los que por edad les está pasando por encima el cambio. Es el caso de las declaraciones que ha hecho el presidente de la patronal bancaria, José María Roldán, al hilo de los últimos ajustes conocidos en el sector: "Nadie echa de menos las cabinas telefónicas", como si fuese comparable al impacto laboral de cerrar un sucursal. Y suena de nuevo la música de El padrino mientras un cónclave de banqueros analiza la posibilidad de diseñar cajeros automáticos del tamaño de una cabina de teléfono para reducir gastos.