Una mirada atrás

– Prefiero ver la botella medio llena. Incluso cerca de los tres cuartos. Que tiene uno sus años y recuerda cómo, no hace tanto, vivíamos en un erial en materia de igualdad afectivo-sexual. Pongámonos apenas en los 90 del siglo pasado. Por entonces, por estos pagos las celebraciones del Orgullo, además de no haber pasado del acrónimo LGTB (faltaban la I, la Q y el signo +), se veían como acontecimientos más extravagantes que reivindicativos o, una palabra que creo que viene mejor, vindicativos. Hoy, sin embargo, están perfectamente asentadas y no son las imágenes de cierre curioso de los informativos de televisión, sino las de apertura. Y, desde luego, sobran las explicaciones de contexto porque la mayoría de la población sabe perfectamente de lo que le están hablando y tiene plena conciencia del significado. Si vamos a lo simbólico, la bandera arcoiris (y cada vez más el resto) se ha naturalizado de un modo que, insisto, jamás hubiéramos podido soñar.

Primeros avisos

– Si hablamos de derechos, que es lo fundamental, la lista de los que se han conquistado y consolidado es larga y profunda; ni siquiera voy a gastar espacio en enumerarlos porque los tenemos muy presentes. Tan presentes, y aquí es donde viene el mensaje de estas líneas, que no va a resultar tan fácil revertirlos como se las promete la ultraderecha rancia y malvada que representa Vox. Es verdad que la entrada a saco de los abascálidos en las instituciones de la mano del PP –señalemos al culpable desayuno, comida y cena– se ha traducido inmediatamente en ataques a la línea de flotación de esos derechos. Hemos visto, efectivamente, las supresiones de las áreas de Igualdad y diversidad y, por supuesto, la eliminación de las partidas económicas correspondientes. Todo ello, por si fuera poco, con un discurso caspuriento y abiertamente beligerante, incluso despreciativo, de cualquier cosa que se salga del patrón de la heterosexualidad.

No aceptarlo

– Remarcando de nuevo lo simbólico, también hemos visto cómo las administraciones donde ya está Vox han prohibido que las banderas de la diversidad se coloquen en los edificios oficiales. No hablamos, pues, de intenciones, sino de hechos contantes y sonantes. Y aquí es donde vuelvo a mi negativa a dar por sentado que el desmontaje de los derechos va a ser un paseo. Lo será si cedemos a la tentación de normalizar o minusvalorar cada uno de esos pasos atrás. Lo será, en definitiva, si no nos plantamos. Y una forma de no plantarse es votar a formaciones que no están por la labor de regresar al pasado.