A relatividad del resultado en pretemporada es algo asumido por los profesionales, si bien ese principio no significa que haya que restar mérito a la victoria. Menos aún si quienes ganan son los suplentes, un bloque que tal cual nunca afrontaría una jornada de liga, por ejemplo.

Los meritorios dieron la talla ante un Southampton que no deja de ser un equipo de segunda o tercera fila, pero que entró a la pelea deseoso de agradar porque jugaba ante su gente, en su estadio y en una semana se estrenará en la Premier. El Athletic continúa siendo fiel a la línea ofrecida en anteriores ensayos: práctico, firme en tareas destructivas y con un esperanzador índice de resolución en ataque. Empezando por esto último, resaltar que de cinco acciones de peligro que generó, tres terminaron con la pelota en la red. Dicho así, suena contundente y en verdad lo es.

La fama del Athletic no descansa precisamente en la puntería, faceta que lleva años lastrando su trayectoria. Tres cuartos de lo mismo cabría decir de sus virtudes en la creación de juego, del modo en que acostumbra a desenvolverse en los metros decisivos o de la rentabilidad que le saca a la estrategia. Pese a ello, el cuadro inglés se quedó de piedra al comprobar que la iniciativa que siempre quiso y cierto dinamismo de sus piezas, de poco le valieron ante la facilidad con que le agujerearon la retaguardia.

Sin cargar con el peso del encuentro, elaborando lo justo, obviando la pausa para frenar el ímpetu local, el Athletic se las arregló para obtener un marcador que no admite réplica y corrobora su mayor potencial. Gustar, lo que se dice gustar, no gustó. Habría que esforzarse para afirmar que sedujo con su forma de entender el fútbol, lo cual no es óbice para que la puesta en escena resultara bastante convincente. Más que nada, pues sí, por tratarse de un triunfo arrancado con holgura y por el hecho ya comentado de que el protagonismo correspondió a unos hombres que en la mayoría de los casos de momento no han podido persuadir al técnico para que les haga un sitio en la pizarra.

En cuanto a la contención, como viene siendo habitual, hubo pequeños deslices, excesos de confianza o decisiones de riesgo donde las chorradas son pecado; cositas que empañan un trabajo coral muy decoroso, en el que se implicaron casi todos. Concedió cinco situaciones a evitar: una acabó en gol porque el que tuvo, retuvo (Walcott), Ezkieta abortó un mano a mano con los centrales a contrapié, un rival dirigió mal un chut fácil en el área e Iñigo interceptó al límite un pase comprometedor. En general, el Athletic se las arregló con suficiencia para difuminar el amor propio de un adversario sin dinamita en las botas.

En el plano individual, nota para el manejo de Vesga, que lo hizo fácil y se reconcilió con el gol que tanto se le resiste; la valentía de Agirrezabala, a quien nunca se le caerá el larguero en la cabeza porque lo mismo ejerce de cierre fuera del área que saca a relucir sus puños en los centros laterales; el tesón de un Villalibre que sigue recibiendo una cuota de leña excesiva y aún mantiene el temple para marcar o ceder con arte una pelota de gol al compañero; la velocidad de desplazamiento de Nuñez ante tipos mucho más potentes que hábiles. Si aprende a elegir mejor el pase, sea corto o largo, el central ganará enteros. La timidez no va con Zarraga, al que le irían de perlas más minutos para adquirir el ritmo de la categoría.

Por último, una mención al menor de los Williams, ayer muy implicado en el trabajo sin balón: seguro que Marcelino le pide que encare, es como está en su salsa, buscando las cosquillas a quien se le ponga delante. Participó en dos goles y se llevó la patada de un veterano, Romeu, que no podía permitir que el chavalito en una arrancada, todavía en terreno propio, tirase dos caños como en el patio de la escuela.