AN dado por terminada la erupción del volcán Cumbre Vieja de La Palma y, después de casi cien días de escupir piedra, lava, gases y cenizas, las primeras conclusiones que extraen los vulcanólogos es que se ha comportado de un modo más o menos lógico en lo que suele ser una erupción. Solo que la erupción ha sido mayor de lo esperable.

No quiero resultar sarcástico, porque de volcanes -como de casi todo- tampoco sé un pimiento, pero no deja de sorprenderme la facilidad que tenemos los humanos para catalogar casi todo a posteriori. Percíbase que lo que dicen los expertos no es que la erupción estuviese controlada porque respondiera a parámetros conocidos de impacto anticipable sino que el volcán se ha comportado como eso: como un volcán. Pero nadie sabía de la intensidad del fenómeno, ni de su duración ni de sus daños.

No puedo dejar de pensar en cómo explicaremos en el futuro esto de la pandemia covid. Porque, cuando lo veamos en perspectiva, seguramente alguien explicará que se ha comportado según los parámetros normales: como una pandemia. Con sus contagios, sus olas, sus mutaciones y variantes, sus precauciones y sus irresponsabilidades. Pero nadie sabía de su intensidad, su duración ni los daños que iba a causar.

No obstante, el aprendizaje dejará unas pautas descritas que podrán revisarse. Sabremos mejor que antes cuál es el plazo medio para obtener una vacuna, cómo proceder a su fabricación, distribución e inoculación tanto más rápido cuanto más se pague por los viales, cómo autoprotegernos, etc. Pero difícilmente nos va a servir para evitar otra erupción; perdón, otra pandemia. Llevamos seis sets disputados de este partido y el bicho todavía nos sigue sacando de la pista a pelotazos porque sabemos las pautas pero jugamos el partido como si siempre fuese otro el que tuviera que darle a la pelota.