Ha venido de visita una amiga que hice hace siglos en mi Erasmus por el norte de Europa con sus padres, personas ya cercanas a la edad de jubilación. Cuando los conocí, estaban deseando vivir su vejez en España. Decían que la luz era vida. Pero han desistido estos últimos años. Dicen que nunca se sabe por dónde vamos a salir, que no tenemos pautas de comportamiento unificadas como sociedad. Y es verdad, esa es la triste realidad: españoles que se marchan a trabajar y a vivir al resto de Europa les cuesta volver precisamente porque lo que allí se llama calidad de vida (seguridad jurídica, reglas de comportamiento, civismo, solidaridad...) son mandamientos. Aquí, a la calidad de vida la llamamos horas de sol y de estar en la calle.