El fin del desempleo no depende únicamente de la producción de bienes de posesión ligados al tener. El acaparar dinero y consumir desaforadamente casas llenas de lujosos cachivaches, coches, yates, autovías, TAV, etc., por parte de las minorías privilegiadas, no está siendo la salvación de la humanidad. Al contrario, nos está creando a las mayorías infinidad de problemas. Algo no funciona cuando cualquiera te habla en la calle de prima de riesgo, de rescate de tal o cual país, de deuda pública, de crack bursátil y de no sé cuántas cosas más de las que entendemos mas bien poco. ¿Qué tal si dedicamos nuestro tiempo a la búsqueda de fórmulas alternativas para un vivir más digno y al alcance de todos. ¿Y si impulsáramos más decididamente el desarrollo de bienes de comunicación mucho mas ligados al ser? Producir salud, conocimiento, acompañamiento a las personas que por edad, enfermedad o accidente no pueden valerse por sí mismas, etc., adquiere cada vez más importancia. Si, además, somos capaces de abrir el abanico de relaciones de amistad, de participación en expresiones culturales de todo tipo, de familiarización con nuevas tecnologías, etc., generaremos un empleo que humaniza y puede hacernos un poco más felices a todos.

Como el neoliberalismo no parece dar más de sí, las diversas administraciones públicas, desde el Gobierno hasta la última Corporación municipal, tendrán que tomar cartas en el asunto. Ellas deben de saber que el único consumo a mantener, a toda costa, es el de las personas más desfavorecidas. En este sentido y a pesar de su complejidad, quizá va siendo hora de plantearse seriamente el tema de una renta básica ciudadana. Para cualquiera de nuestros pueblos es mucho más positivo contar, todos los meses, con el consumo de mil mileuristas que con el de diez cienmileuristas. Estos últimos siempre acaban llevándose una buena parte de sus ingresos a otros paraísos.