Tanques sí, pero de cerveza. Era una pintada en una pared de mi pueblo en mi adolescencia. Entre la OTAN y la birra, la prioridad estaba clara a los 18 años. Seguramente, eso no difiere ahora. Condenábamos el militarismo yanki y glosábamos en las verbenas a los comandantes sandinistas –no me seas guachupino, huevón–. Nunca entendí la lógica de respaldar el derecho de rebelión contra la dictadura y rechazar el de legítima defensa de la democracia cuando está siendo encañonada. Sé que armados no somos mejores; y desarmados no somos más libres.