SIGO pensando que si me pongo enfermo en este mundo prefiero que sea en Pamplona, antes que en Zaragoza, Baiona o Madrid. La sanidad pública navarra quizás no es lo que era, pero resiste cualquier comparación con las de su alrededor, donde no es que también cuezan habas, es que lo hacen a calderadas. Con todo, también aquí lustros de financiación a la baja han mermado sus capacidades, como se ha comprobado durante la pandemia. El covid nos ha dejado un sistema tocado y unos profesionales exhaustos, siendo el estamento médico el que más ha visibilizado su malestar. Ahora, como ya hiciera hace 4 años con el gobierno de Barkos, amenaza a Chivite con una huelga en periodo preelectoral. Es difícil no estar de acuerdo cuando exige que se ponga fin a una situación de sobrecarga de trabajo, horas extras y sueldos inferiores a los de comunidades vecinas. No son cosas tan diferentes a la que, por ejemplo, estos días están denunciando las trabajadoras de las residencias de mayores, y parece evidente que, tanto en un caso como en otro, los usuarios serían los primeros en beneficiarse de esas mejoras que piden las personas que les atienden. Pero no veo que esto vaya a ser así, más bien al contrario, si, tal como demandan, se levanta a los médicos del sector público navarro la prohibición de trabajar también en el privado. Sobre todo, cuando esa reivindicación no viene acompañada de la disposición a renunciar al bastante jugoso complemento de exclusividad que cobran por ejercer solamente en Osasunbidea. Ya sé que en otras comunidades sí pueden hacerlo, pero tal vez sea esta una de las medidas que ha hecho de Nafarroa un lugar puntero en sanidad pública. Parece perfecto que haya más medios y más profesionales y, a poder ser, mejor pagados. Pero no puentes de plata para perjudicar nuestro sistema público con el dinero de todos.