GENERALIZAR el análisis de las protestas multitudinarias, y violentas, que saltan de país en país en Latinoamérica -Perú, Haití, Argentina, Brasil, Venezuela, Ecuador, Chile, Bolivia, ahora Colombia- cuando en cada caso presentan motivaciones concretas diferentes que van desde la disolución del Congreso en Perú, las denuncias de corrupción en Haití o Brasil, la descomposición de los regímenes de Maduro y Morales en Venezuela y Bolivia, medidas como el precio del combustible o del transporte público en Ecuador y Chile, o la reforma laboral y las pensiones en Colombia se puede antojar un exceso. Sin embargo, todas ellas presentan tres factores ajenos a otras protestas ciudadanas masivas coincidentes temporalmente pero de origen estrictamente político, como en los casos de Hong Kong y Catalunya, que son sin embargo comunes en el subcontinente. El primer factor es económico: tras casi tres lustros en los que el boom de las commodities, el alza del precio de las materias primas, permitió a más de 50 millones de latinoamericanos abandonar la pobreza, el muy contenido pero al menos paulatino aumento de bienestar se detiene mientras los precios no lo hacen; tanto allí donde la bondad de las cifras macroeconómicas no se traduce en las condiciones de vida de la mayor parte de la población -Chile, Bolivia, Brasil, Colombia...- como allí donde (Argentina, Venezuela, Ecuador...) ni siquiera la gran economía se libra de una crisis que mezcla carencias históricas con una gestión deficiente. Ello lleva a un segundo factor, la desigualdad social común a toda Latinoamérica: la todavía incipiente aunque ya numerosa clase media (en parámetros propios, alejados de los europeos) que accede a estudios y conoce otras condiciones no se contiene y lucha por no verse obligada a regresar a la pobreza mientras ya es consciente de las reiteradas promesas incumplidas históricamente por sus gobernantes y de la deshonestidad de estos (cuyo paradigma son las ramificaciones transnacionales del caso Odrebrecht). Y de ahí el tercer factor común de los disturbios latinoamericanos: la división entre las élites cuestionadas y en declive y la mayoría social que exige garantías y cambios lleva a la crisis de los sistemas, de las estructuras de Estado, ya sean de derecha o izquierda, más o menos personalistas o de tradición o reciente implantación democrática.