CUANDO el partido liberal VVD del primer ministro Mark Rutte derrotó al xenófobo Partido de la Libertad de Geert Wilders en marzo del pasado año y dos meses después, en mayo, Emmanuel Macron vencía a Marine Le Pen en las presidenciales francesas, Europa respiró aliviada. Pretendía haber detenido el avance de la ultraderecha que había renacido a rebufo de los momentáneos éxitos eurófobos del UKIP de Nigel Farage en Gran Bretaña. Nada más lejos de la realidad. Wilders había obtenido veinte escaños y Le Pen, diez millones de votos. Mientras, el OVP del canciller Sebastian Kurz se coaligaba con el xenófobo FPO de Heinz-Christian Strache en Austria. En Dinamarca, el Partido Popular (DF) lograba el 21% de los votos y el DF sueco (13%) o el SVP suizo (29%) aparecían en escena. Al tiempo, aceleraban las políticas ultranacionalistas y populistas del Fidesz de Viktor Orban en el gobierno húngaro o del partido Ley y Justicia de Andrzej Duda, presidente polaco. Además, el ascenso de Alternativa por Alemania (AfD) llevó a la ultraderecha alemana al Parlamento por primera vez en setenta años y La Liga de Mateo Salvini accedía al gobierno italiano a lomos de un discurso antiinmigración y nacionalista. Era la confirmación del resurgir en el siglo XXI de las ideologías más oscuras del siglo anterior. En el Estado español, esa realidad toma forma en la reaparición de los nostálgicos que pretenden hoy blanquear la criminal dictadura franquista y en el brote repentino y magnificado de Vox. La internacional ultraderechista, esa que al parecer pretende impulsar Steve Bannon, el exasesor de Donald Trump, y que ayer reunía a Salvini y Le Pen en torno a un acuerdo para las elecciones europeas, no se detiene, sin embargo, en Europa. El triunfo en la primera vuelta de las elecciones brasileñas de Jair Bolsonaro, el exmilitar racista, machista y homófobo, que predica la antipolítica aunque lleva casi tres décadas en el Parlamento y que se apoya en el peso de la religión evangélica demuestra que ese resurgir no tiene límites continentales. En el caso de Bolsonaro es incluso factible que gane la segunda vuelta frente al progresista Fernando Haddad. Y en Europa y en el Estado español, aunque la fuerza electoral no parece anunciar un triunfo de la ultraderecha, sí es cada vez más evidente su capacidad para condicionar las políticas de lo que se ha venido considerando derecha civilizada.
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