Tras una república abatida por las armas, la imposición monárquica de la dictadura, aceptada como mal menor por partidos de derecha e izquierda, acerca de la cual nunca ha habido una consulta abierta y clara de los deseos del pueblo, emborrachado mediáticamente de las bondades de la familia impuesta, ahora, en los momentos más sensibles de la tradición religiosa, se nos habla de democracia, igualdad, respeto a las ideas ajenas etc. en evitación de enfrentamientos y mil y un males más. Cómo puede haber ecuanimidad en las palabras de quien su posición deviene de privilegios de cuna, sin testarse jamás su valía sobre los demás a la hora de concederle la figura de jefe del estado. De qué igualdad hablamos cuando miles de familias pasan necesidades básicas mientras que la familia real goza de canonjías más propias de una edad medieval. Que sea esta figura la que nos moralice y pretenda mostrarnos el camino a seguir, con el apoyo de quienes siempre se sirvieron de la monarquía o de los que, como San Pablo, se transfiguraron para disfrutar del botín, es cuando menos sorprendente.
Si se modifica la Constitución comencemos por el principio. Votemos monarquía o república. Lo demás por añadidura.