LOS últimos días transcurridos tras la tensa jornada del referéndum independentista del 1-O en Catalunya están presididos por la incertidumbre y la confusión ante la situación generada, alimentadas por el desconocimiento sobre lo que sucederá en las próximas horas ante la falta de explicaciones explícitas por parte del Govern respecto a su intención de declarar o no la independencia a corto plazo. Además, el jarro de agua fría -o baño de realidad, según se mire- que está suponiendo la masiva fuga de empresas de Catalunya y el autoritario discurso de Felipe VI han enrarecido aún más el ambiente. Por si fuera poco, el clima de tensión se ha trasladado a la calle en forma de grandes movilizaciones. En principio, no hay nada que objetar a que la ciudadanía exprese en la calle sus ideas y sentimientos, siempre que se haga por los cauces debidos y procurando no herir otras sensibilidades, algo que no en todos los casos se está consiguiendo. Sin embargo, es evidente que en un ambiente tan caldeado existe un serio riesgo de confrontación. El soberanismo -al que se unieron muchos ciudadanos no independentistas indignados por la actuación policial el 1-O y la prohibición de ejercer el voto- tomó la calle el pasado martes en una nueva demostración de fuerza acompañada de un masivo paro de país. El sábado, dos movilizaciones de muy distinto signo demandaron, por una parte, diálogo -Parlem?- para solucionar el conflicto y, de otra, la “unidad de España”. Ayer, finalmente, Societat Civil Catalana organizó una multitudinaria manifestación en Barcelona bajo el eslogan Recuperem el seny pero que, en realidad, se convirtió en una exhibición de orgullo nacionalista español, excluyente, de nulo gusto en muchos casos y que, más que demandar, ordenaba o decretaba la indisoluble unidad de España. Si pretendía ser una demostración de fuerza -que lo era-, quedó en una movilización masiva que no superó los 400.000 participantes, muchos de ellos de fuera de Catalunya. Una cifra importante, pero lejos de las convocatorias soberanistas. Si pretendía -ese al menos era su lema- llamar a la sensatez, a la convivencia y el respeto a la pluralidad, los gritos, miles de banderas españolas y discursos lo desmintieron. En cualquier caso, la resolución del conflicto catalán no está -no debe estar- en la calle, en las banderas, consignas y cánticos de mejor o peor gusto, sino en las urnas. En un referéndum legal y pactado.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
