AQUÍ, todo el mundo se pone digno y sacude sopapos a mano abierta sin compasión a aquello que resulta fácil de recriminar. Censurar a Donald Trump por el comportamiento que este mantiene con la libertad de expresión y los medios de comunicación es relativamente sencillo. El presidente norteamericano, un exceso en sí mismo, está batiendo récords de despropósitos. Y su desconsideración para con los periodistas y la prensa libre no es desatino pequeño. Lo ha reconocido hasta el propio George Bush, quien tras los desvaríos del actual inquilino de la Casa Blanca no ha tenido inconveniente en afear las declaraciones del nuevo comandante en jefe de los Estados Unidos. La crítica, partidarios de Trump a un lado, ha sido unánime: los medios son indispensables para la democracia, ya que su función es importante para vigilar los abusos de poder.
En el Estado español, del más progre al más casquivano, todos se han apuntado al carro. Ahora bien, cuando la censura, la manipulación o el atropello a la libre opinión ocurren en un ámbito más próximo, se mira hacia otro lado. El diario Vozpópuli, uno de esos medios digitales que se dicen “independientes” y “liberales” surgidos en los últimos años, acaba de censurar, sin más razón que la ideológica, una colaboración gratuita remitida por el portavoz del PNV en el Senado, Jokin Bildarratz, titulada Convierte tu muro en un peldaño. El senador de Tolosa se ha quedado boquiabierto. Y quienes hemos conocido el caso, también.
La cuestión es que el medio digital en cuestión había invitado al bueno de Jokin a colaborar esporádica y gratuitamente con su publicación. Este había accedido y con total normalidad democrática había remitido ya escritos que sin problemas fueron publicados. Pero, hete aquí, que los pasados días envió el artículo antes mencionado y recibió una respuesta del responsable de la sección de Opinión por la que le comunicaba que el director del medio digital, Miguel Alba, no daba el visto bueno a la publicación del mismo, prescindiendo “de ahora en adelante de las colaboraciones de Jokin Bildarratz Sorron por ser contrarias a la línea editorial de Vozpópuli”.
¿Opiniones contrarias a la línea editorial? Es la primera vez que conozco argumento similar para justificar un veto. Además, que la expresión de un colaborador contradiga o mantenga diferencias con el ideario del medio suele ser tenido por la empresa periodística afectada como atributo de pluralidad, como un haber a su favor en lugar de un debe. Sirva de ejemplo que en estas mismas páginas se da acomodo a autores y se publican artículos que no siempre son acordes con la línea editorial del periódico.
¿Cuál era, entonces, el sacrilegio cometido por el senador nacionalista? ¿A quién había insultado, mancillado o denostado en su escrito? Espero que las reflexiones de Jokin Bildarratz encuentren acomodo pronto en DEIA para que sus inteligentes lectores puedan evaluar por sí mismos y con total libertad la literalidad de las ideas transgresoras escritas por el portavoz nacionalista. Yo lo he hecho y no he encontrado referencia alguna que atente ni contra la libertad, ni contra los derechos humanos, la intimidad de las personas ni nada que se le parezca.
Pero la censura de Vozpópuli, medio que se dice “independiente” y “aliado de la verdad”, se fundamentaba, según explicaciones dadas a los responsables de comunicación del PNV, en que Bildarratz se había posicionado “al lado de quienes quieren romper la unidad de España” y tal consideración fue tomada por sus editores como una “línea roja” que el diario digital no estaba dispuesto a amparar entre sus páginas. La “rigurosidad y la libertad” con que la publicación dice guiar sus páginas no son de aplicación para quienes se confiesen nacionalistas. O para quienes defiendan ideas distintas al de una España grande y libre. Para ellos reserva su apartheid editorial.
En los Estados Unidos, un presidente electo puede llegar a deslegitimar la libertad de información y opinión. Un hecho grave que merece la crítica y hasta el boicot informativo por parte de las empresas de comunicación. Y el enfrentamiento se establece desde la fortaleza democrática. Es más, en los Estados Unidos de Norteamérica, un ciudadano, en el ejercicio de su libre opinión, puede tener el mal gusto de quemar públicamente la bandera de barras y estrellas que representa la Unión. Y la Corte Suprema de aquel país, también en ejercicio de fortaleza democrática, amparará tal acto de rebeldía -y falta de educación- reconociendo y amparando el derecho a diferir, “que es la pieza central de las libertades concedidas por la primera enmienda”.
En la España de la unidad “indisoluble” que tan ardientemente defiende Vozpópuli, no se puede ni opinar. Eso sí, se permite que estamentos policiales espíen a “secesionistas”, inventando pruebas si es preciso contra ellos, fabricando tramas complotistas que sufragan con fondos reservados. Cloacas de guerra sucia cuyo objetivo, combatir el “separatismo” vasco y catalán, no repara en medios ni escrúpulos. Y, de momento, nada pasa. Es la “razón de Estado” la que alimenta el sectarismo antinacionalista. En la policía, en los servicios de inteligencia y en determinados ámbitos de la opinión publicada.
De un tiempo a esta parte, y quizá como consecuencia de la crisis que también ha afectado a las empresas periodísticas, han proliferado iniciativas de todo tipo que han tratado de cubrir los espacios no complementados por los medios de comunicación tradicionales. Confidenciales, diarios digitales, blogs informativos... se prodigan en un nuevo universo globalizado en el que las redes sociales hacen correr todo tipo de publicaciones. Y en este nuevo universo de la aldea global hay quienes mantienen los principios deontológicos del periodismo y quienes se han dejado seducir por el todo vale. Información y opinión se entremezclan sin rigor y el riesgo cierto de emitir informaciones no contrastadas, bulos o simplemente intoxicaciones interesadas ha infectado el escaparate mediático al que se enfrenta la opinión pública.
Además, a este fenómeno que Umberto Eco ya desarrollaba en su novela Número Cero y que denomina “la máquina del fango”, se le ha sumado una consecuencia añadida: la categorización de los opinadores como expertos y referencias del nuevo periodismo. No hay tertulia ni debate en las grandes cadenas de televisión y radio en las que no haya una estrella rutilante de la polémica y la controversia. El fango se extiende de la red al divertimento de las grandes cadenas y, con ello, el riesgo cierto a vivir desinformados, manipulados o simplemente infectados por motivaciones espurias e ideológicas, convirtiendo el espacio de comunicación en una enorme ciénaga en la que los intereses económicos de unos pocos y el control político de otros van de la mano.
La cuestión es, una vez más, vivir con espíritu crítico. Diferenciar lo riguroso de la mercancía averiada. Distinguir la información de la opinión y admitir el principio de la pluralidad de ideas. Discrepar con respeto, atendiendo a razones y sin el apriorismo de la verdad absoluta. Lo contrario nos conduce al pensamiento único, a la supremacía ideológica y al fanatismo.
No nos fijemos únicamente en los excesos de Donald Trump. Miremos a nuestro alrededor para separar la paja del grano (no todo el periodismo que se ejercita hoy está contaminado). Todavía hay profesionales y empresas de comunicación decentes y que cumplen con su función social.
El veto de Vozpópuli a Jokin Bildarratz puede parecer una anécdota. No lo es. Es el síntoma fehaciente y constatable de que una parte de la democracia está enferma en el Estado español. Fango. Mucho fango es lo que hay.