SEGÚN los grandes de la economía mundial reunidos en Davos, la globalización no empuja el crecimiento como hasta ahora; una buena parte reconoce que tampoco se reducen las desigualdades ni ha facilitado la lucha contra el cambio climático. Saben que los mayores beneficios han engordado a una élite incrementándose las desigualdades; y con ellas constatan el nivel de descontento social y temen el rebrote de las políticas proteccionistas. El modelo no funciona. Un enero negro en el que Trump estrena presidencia enfadando a mucha gente dentro y fuera de su país.
No conocemos los detalles de su plan económico mientras su arrogancia genera una creciente desazón. Donald Trump propone laminar el programa sanitario de Obama y la rebaja general de impuestos. También eliminará el impuesto de sucesiones y reduciría veinte puntos el impuesto de sociedades. Además, pretende un enorme crecimiento económico insostenible. El presidente electo viene ondeando la bandera del proteccionismo comercial frente a la deslocalización industrial pasando de los prebostes de Davos; pretende privatizaciones sin cuento y el auge de las empresas de armamento y producción de combustibles fósiles contaminantes.
Pero la entrada en la Casa Blanca de este tipo zafio y sin escrúpulos puede verse ensombrecida por una efeméride de signo muy contrario: en enero, pero de 1948, Mahatma Gandhi fue asesinado por su no violencia activa, la utopía que enarboló para echar a los ingleses de India después de mil años de dominio extranjero. Algunas personas ven en Gandhi a un simple excéntrico, pero sigue siendo mucho más que eso, aunque sea porque es el inspirador de las luchas pacíficas, 15-M incluido, contra lo que ahora encarna Trump.
Gandhi había vivido fuera de India y tenía un gran conocimiento sobre luchas no violentas en otras partes del mundo. Su propuesta sirve igualmente en la era del poder financiero: “La gobernabilidad de la India solo es posible porque existe gente con voluntaria sumisión, cooperación y obediencia subordinada”. Pero veía posible que cualquier tiranía pueda torcerse si la sociedad se confabulaba para retirar su apoyo pacíficamente, a pesar de la represión del explotador. La sumisión sociológica era señalada por Gandhi como la raíz de las tiranías. Existen muchos ejemplos de que su propuesta de no violencia activa ha sido posible: el movimiento antirracista estadounidense, la caída del muro de Berlín y el poder comunista, las luchas de Solidaridad en la Polonia de 1980-1989, la revolución popular de 1986 en Filipinas, la resistencia de Mandela en Sudáfrica, los monjes birmanos...
Gandhi no era un defensor de la paz entendida como la ausencia de conflicto; más bien se veía como teórico practicante de la “guerra sin violencia” desde su convicción de que la gente es capaz de controlar la sociedad y sus propias vidas. Enfrente tuvo a quienes creían en la violencia para ganar. Incluso Trump la ha puesto en valor. Gandhi retó esta visión humana a través de su pensamiento y su acción. Él veía la lucha no violenta (satyagraha) como la vía capaz de forjar una alternativa: “La desobediencia civil es un sustituto completo, efectivo y no sangriento a la revuelta armada”, como un último recurso. El punto de partida era y es la importancia de la lucha pacífica colectiva como medio para que la gente corriente pueda corregir las injusticias que padece, y de esta forma adquirir un sentido de su propio poder como sociedad. Cuando una resistencia organizada en forma de acción no violenta lucha en favor de los derechos humanos, incluidos los socioeconómicos, puede despertar las esencias democráticas de la sociedad convirtiéndose en alternativa a la indiferencia sumisa o la violencia. El negro mensaje de Trump y su mandato deberían quedar ensombrecidos por el ejemplo de armonía de Gandhi y su testimonio valiente, que sigue retando profundamente la tentación violenta que nos revuelve.