A falta de la confirmación final con el preceptivo refrendo de los respectivos órganos internos de ambos partidos y de conocer los términos exactos del pacto, el acuerdo alcanzado la noche del pasado sábado entre los responsables de PNV y PSE mediante el que se conformará un Gobierno vasco de coalición entre jeltzales y socialistas dieciocho años después es, en sí mismo, una buena noticia para Euskadi y para sus ciudadanos. En primer lugar, porque se garantiza la gobernabilidad y la estabilidad institucional del Ejecutivo del lehendakari Iñigo Urkullu para la nueva legislatura, en momentos aún de mucha incertidumbre social y económica. No hay que olvidar, en este sentido, que la alianza PNV-PSE está ya en vigor en las tres diputaciones forales y en los ayuntamientos de las capitales de la CAV, con lo que este nuevo acuerdo viene a reforzar la estabilidad y, al mismo tiempo, se nutre de la experiencia y las esperables sintonía y entendimiento con las instituciones forales y locales. De materializarse el pacto, Euskadi contará de nuevo con un gobierno de coalición entre nacionalistas y socialistas, una fórmula que dotó al país de estabilidad y modernidad y gracias al que se afianzaron las bases del progreso y el bienestar dentro del reforzamiento del autogobierno en tiempos muy duros de crisis económica y azote del terrorismo. Un modelo que se quebró con la espantada del PSE de Nicolás Redondo Terreros del Ejecutivo en tiempos previos al acuerdo de Lizarra. Ahora, en tiempos distintos como corresponde a una sociedad ya del siglo XXI y que ha cambiado mucho desde entonces, que tiene retos y anhelos diferentes y, si cabe, más urgentes y complicados de abordar se precisa de la participación y el mayor consenso posibles, pero que, en definitiva, deben ser acometidos con la misma determinación y un único objetivo: lograr el bienestar de los ciudadanos, en paz y libertad. Es esperable que este acuerdo y su posterior desarrollo en los próximos cuatro años sirva a este fin. Es, por ello, reseñable que Euskadi vuelva a hacer gala, una vez más, de la cultura del acuerdo entre diferentes, entre nacionalistas y socialistas, frente a la estéril opción del enfrentamiento y el bloqueo. No será un camino de rosas, pero estamos ante un nuevo hito en la reciente historia de Euskadi que debe valorarse en su justa medida.
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