MÁS relevante que la reducción de población (9.704 habitantes menos que en 2012) en Euskadi, que responde a la lógica de una crisis económica con incidencia directa en la evolución demográfica, es el envejecimiento lo que constituye el principal reto de la sociedad vasca que encarará la tercera década del siglo XXI. Al igual que en otros países desarrollados, las causas de ese envejecimiento no presentan duda, toda vez que en él se conjugan la mayor longevidad alcanzada con la mejora de las condiciones de vida y las atenciones sociosanitarias en la senectud y la reducción de la tasa de natalidad debido al retraso en la formación de nuevas unidades familiares por la extensión de los procesos de formación y la dificultad en la incorporación al mercado laboral, que produce nuevas demoras, y por la ausencia de medidas reales de conciliación que permitan armonizar trabajo y vida familiar. No es, por tanto, casualidad que en Euskadi se dé hoy una relación de 1,4 personas de más de 65 años por cada menor de 16, pero sí una realidad que requiere de nuestra sociedad una reestructuración económica y social, otro paradigma en la concepción de Euskadi con el desarrollo que exigen las nuevas necesidades sociales planteadas por el hecho de que el 21,4% de la población vasca supere ya los 65 años (será el 29% en 2030) y que en apenas una década los mayores de 85 hayan pasado de ser el 2% de la población al 3,4%. De ahí proyectos como el de Gobernantza +65, con el que se pretende aprovechar la experiencia de los mayores en la toma de decisiones políticas y sociales. Porque no se trata únicamente, aunque también, del futuro de las pensiones, dado que este posee vías diversas de solución entre las que no es la menos obvia la de una gestión más cercana; ni de asegurar una mayor cobertura social, algo imprescindible pero cada vez más complicado en un país que ya dedica a ese capítulo una cuarta parte del PIB (más de 8.000 euros per cápita), a un nivel apenas superado por el 29% de Dinamarca o Alemania; sino del reto de impedir que un tercio de la población se considere superado por la sociedad en la que vive, lo que constituiría un déficit irremediable en la transmisión de nuestra memoria colectiva y de las fortalezas que históricamente se han revelado imprescindibles para dotar de cohesión a nuestra sociedad.