LA celebración ayer, por las instituciones vascas, del Día de la Memoria en recuerdo y homenaje a las víctimas de la violencia ha servido para constatar dos realidades contrapuestas. Por un lado, la de los avances experimentados en la sociedad vasca y en su clase política para reconocer y reparar el sufrimiento más allá de la ideología o los objetivos que esgrimieron quienes lo causaron y para hacerlo de forma normalizada. Por otro, la de que todavía hoy, tras el fin de esa violencia, persisten actitudes inflexibles que lejos de contribuir a la superación de sus consecuencias tratan de perpetuarlas; también otras que pretenden revolver o confundir situaciones relacionadas con dichas consecuencias que, sin embargo, poco o nada tienen que ver con el recuerdo y reconocimiento a las víctimas; en ambos casos con un trasfondo de interés político, lo que no deja de constituir una burda utilización del sufrimiento que en cierta forma convierte en victimario a quien lo protagoniza. Así, pretender ignorar la celebración por una institución del Día de la Memoria, ausentándose de la misma mientras se toma parte en actos de similar contenido y significación de otras instituciones se antoja un contrasentido solo impulsado por supuestas razones de oportunidad política que, en realidad, denotan la incapacidad para construir un espacio político propio al margen del que se fundamentó en su momento en derredor del hastío, también acaso de la solidaridad, tras padecer décadas de irracional violencia. Así, hacer coincidir con el Día de la Memoria reivindicaciones distintas, por muy legítimas que estas puedan considerarse, como las del cumplimiento de la legalidad penitenciaria con quienes de uno u otro modo se relacionaron con alguna de las violencias causantes de las víctimas a las que se trata de reconocer y reparar es, además de inoportuno, improcedente e innecesario, una constatación de que aún persiste en ciertos ámbitos un sustrato de comprensión hacia lo injustificable. Similar por otra parte al que se intuye en quienes se empeñan en ignorar, en negar, la realidad de aquellas otras violencias retratadas incluso en sentencias de los tribunales internacionales. En todo caso, como afirmó el pasado miércoles el portavoz del Gobierno vasco, Josu Erkoreka, no se trata de equiparar sufrimientos, se trata de no excluir a ninguno de quienes los padecieron.
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