CADA vez un número mayor de intelectuales se suman a las advertencias de cómo los populismos ocupan en la política mundial posiciones de vanguardia. Desde el fenómeno que ha puesto al histriónico Donald Trump al frente de la candidatura republicana a la presidencia de los Estados Unidos, a los temidos movimientos de extrema derecha xenófoba que proliferan por toda Europa. Sin embargo, esta tendencia, que en todas partes comparte la característica de apelar a los instintos más primarios del votante más irritado -desde el miedo al desprecio del diferente, pasando por la liberación de toda responsabilidad propia para trasladarla a terceros responsables de los problemas-, puede obtener su mayor éxito en una de las democracias más asentadas de Europa: el Reino Unido. El populismo euroescéptico que apoya la salida británica de la Unión Europea -el conocido como Brexit- reúne todas las características de un populismo que apela a estereotipos y argumentos desmentidos por la realidad. La intelectualidad británica, consciente de estos extremos, lleva tiempo movilizándose pero choca con el perfil del votante medio, que no identifica a los referentes del conocimiento como parte de su entorno. Ya sucedió en marzo, cuando cerca de 300 intelectuales y científicos encabezados por Stephen Hawking se pronunciaron contra el Brexit y alertaron de sus consecuencias para los propios británicos. Sus mensajes razonados no han frenado el apoyo a la salida de la UE. Ahora, trece premios Nobel vuelven a la carga. Pero su mensaje resulta ahogado por los incidentes que varios centenares de aficionados ingleses protagonizan estos días en Marsella al grito de “Europa, jódete, todos votamos la salida”. Los exaltados lo han hecho su emblema, lo que es identificativo del grado de reflexión que hay detrás. Se escucha el discurso del poder de la City pero no las advertencias de que la salida costará 100.000 empleos en el centro financiero de Londres; se incide sobre la inmigración que llega de Europa, pero nadie pone en valor el temor de los premios Nobel a que la investigación desaparezca cuando dejen de llegar los fondos europeos. También Europa pierde con el Brexit, pero pierde más el proyecto que las políticas tangibles, así que el riesgo real es que el ciudadano europeo no se plantee tanto las consecuencias como seguir el ejemplo británico.