Los cálidos acentos
Adiferencia de Donizetti, que producía óperas en cantidades industriales, Bellini componía las suyas con calma, no más de una por temporada, convencido de que “gran parte de su éxito depende de la elección de un tema interesante, de los cálidos acentos de expresión, del contraste de las pasiones”. Y aunque la historia que se cuenta en La sonnambula es simple e ingenua como pocas, a Bellini le proporcionaba el tono idílico perfecto para desplegar sus largas y bellísimas melodías sin verse condicionado por necesidades dramáticas. Es más, el sonambulismo era comprendido en el mundo de la ópera de entonces como una forma “suave” de locura, pues no comportaba una pérdida irreversible del juicio, por lo que Bellini se pudo permitir introducir una escena de locura que carecía por completo de implicaciones trágicas. En esa línea, la puesta en escena de Pier Luigi Pizzi es clara, sencilla, abierta y luminosa, sin apenas espacios de tensión, lo que permite dirigir los focos directamente a la música, pero ni siquiera la coreografía de Ekaterina Mironova logra dinamizar realmente la acción, que acaba por verse un poco ahogada dentro de los estrechos límites del libreto de Felice Romani. Tampoco lo puso fácil Pérez Sierra, cuya dirección anduvo cerca de caerse en varios momentos del primer acto por su falta de pulso, comprometiendo el muy estimable trabajo del coro y la orquesta. Por suerte, en el segundo acto imprimió mayor vitalidad a la música y las melodías respiraron un aire más fresco.
En cuanto al reparto, posiblemente no sea justo comparar a Antonino Siragusa con el último Elvino escuchado en Bilbao, el extraordinario Juan Diego Flórez, pero los buenos recuerdos no se olvidan y su sombra fue demasiado alargada. Pese a emitir bastante bien y cantar con indudable gusto, Siragusa está severamente limitado por una voz pálida, muy poco atractiva, que tiende a apretarse y a endurecerse aún más en las notas altas, abundantes en esta ópera. Mirco Palazzi, de voz ligeramente entubada, mostró acentos y una línea noble en el Conde, de igual forma que Elena Sancho fue capaz de descubrir al público (a pesar de una evidente indisposición) maneras de buena cantante.
Entre los secundarios volvió a destacar Itxaro Mentxaka en el papel de Teresa, que ya hizo en Bilbao en 1990. Pero la gran triunfadora fue Jessica Pratt en una Amina cantada a flor de fiel, especialmente en la escena del sonambulismo, con voz cálida (un poco apagada en el centro), amplias frases entreveradas de melancolía, agudos en plenitud y la espléndida coloratura de las grandes de siempre.